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Sentencia

La opinión de Carlos García Bravo

el 26 feb 2015 / 09:59 h.

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Cruzabas las murallas de esta nueva Jerusalén para aliviar tu infinita pena. Para encontrar algún pozo en aquellas huertas de antaño, en el que  una nueva Samaritana te diera de beber. Para sanar las heridas de algún enfermo en el nobilísimo Hospital de la Sangre. Para llenar de amor, con solo posar tu mirada, algún niño de los que acogían los salesianos en el hogar municipal de San Fernando… Cruzabas por entonces con mucha frecuencia, y este año nuevamente lo has hecho, hasta  aquellos Callejones que se extendían más allá de la Resolana, el genuino arrabal que llamaron de la Macarena. Tu, Dulcísimo Jesús, Cordero celestial que esperas mansamente el Sacrificio. Maniatado, humillado, asustado, vejado. Como esas criaturas sencillas que, por el mero hecho de ser tan judías como tú, fueron  camino del Holocausto; como esos cristianos valientes que, por defender su fe,  tienen que enfrentarse a martirios de crueldad medieval en la era de las tecnologías… Tú, Señor humilde, Señor manso, Señor de la bondad, Señor sonriente ante el martirio. Haznos comprender tu limpieza de mirada, tu nobleza de gesto, tu hermosura de corazón. ¡Tenemos tanto que aprender de Ti! Primer viernes de Cuaresma, sin guardia pretoriana ni cornetas que traspasen la noche. Sin los gozos de la Madrugá grandiosa. Esta tarde basta arroparte en torno a esas sencillas andas, entre hermanos, en  oración… Ahí llevas la mía. La musité por primera vez por San Gil  cuando te vi aparecer,  entre los cardos juanmanuelinos y los lirios del exorno, en una  sobria estampa de nobleza macarena: Déjame Señor mirarme en las pupilas que proclaman la verdad de tu inocencia. Y  ampararme en la bondad de tu mirada, y cobijarme en el calor de tu presencia, y saber ser siempre fiel a tu palabra:  al mandato del amor y la obediencia. Préstame Señor, refugio en tu morada. Fortaléceme en la paz y en la clemencia. Y mientras siga el camino de esta vida, en la incierta ‘madrugᒠde mi existencia, dame fuerzas para estar siempre a tu lado: a tus plantas, mi Señor de la Sentencia.

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