Y llegó a su fin el ciclo de este año de música estival en los Alcázares, confirmándose como uno de los más satisfactorios de los quince ya celebrados, por la bondad climática y la generosidad de los artistas, más volcados que nunca en ofrecer programas originales y diferentes, a menudo tan alejados del repertorio habitual, como se comprobó en el sorprendente y espléndido recital de Mariví Blasco e Ignacio Torner. En lo relativo a música clásica finalizó el pasado viernes con dos grandes agitadores culturales de la ciudad, Michael Thomas e Israel Martínez, repitiendo cita de fin de semana, esta vez en formación de trío con la compañía de otro habitual de estas noches, el gran guitarrista Antonio Duro. Tres valores seguros con un programa exquisito bajo el brazo para deleitarnos y saludarnos hasta el próximo añoSi con el Cuarteto Bética Thomas y Martínez repasaron el viernes anterior una obra tan delicada y poco transitada de Dvoràk como es Cipreses, además del evocador Crisantemi de Puccini, con Paganini Trio se detuvieron en piezas para una singular formación de violín, violonchelo y guitarra, sin adaptaciones ni transcripciones. Obras tal cual así concebidas por maestros de la guitarra (Giuliani), el violín (Paganini) y genio absoluto (Haydn). Con la escritura amable, llena de encanto y a la vez virtuosística de Mauro Giauliani, los intérpretes lograron una escucha agradable, suelta y clara, a pesar de que Duro y Thomas no pudieron esquivar algunas complicaciones que les hicieron salirse de tono en alguna que otra ocasión a lo largo del programa, y en el caso del violinista exhibir determinadas notas altas forzadas y pianissimi puntualmente chirriantes.El Trío Casación Hob III:6 de Haydn derivó en su Cuarteto op.1 nº 6, ofreciéndose en esta ocasión su versión original, de carácter popular y, como la pieza antecesora, muy claras articulaciones. Especialmente elocuente resultó el Adagio en forma de serenata, que Thomas fraseó con suma delicadeza, mientras Duro aprovechó su rotunda fuerza lírica. Con un acompañamiento al violonchelo atento, robusto y a menudo apasionado, la pieza acabó siendo lo más notable de la noche. Y eso que el Trío en Re mayor de Paganini, profuso en fantasía melódica y virtuosismo, ofreció también ocasiones para el lucimiento de un conjunto que no siempre se mostró afinado pero compensó con cuerpo y un nivel de expresividad considerables. La generosa propina, llena de gracia y sentimiento, vino de la mano de la transcripción de un minueto de Mozart.
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