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¿Sevilla centralista?

Basta pasear por sus calles para respirar el centralismo sevillano, esa ansiedad por quedárselo todo que fluye por cada poro de la ciudad. Sus barrios están relucientes gracias al flujo generoso que recibe de las instituciones. Los sevillanos del Aljarafe, como es sabido, no soportan caravanas para acceder a la ciudad gracias a la SE-40 y la SE-35...

el 15 sep 2009 / 18:25 h.

Basta pasear por sus calles para respirar el centralismo sevillano, esa ansiedad por quedárselo todo que fluye por cada poro de la ciudad. Sus barrios están relucientes gracias al flujo generoso que recibe de las instituciones. Los sevillanos del Aljarafe, como es sabido, no soportan caravanas para acceder a la ciudad gracias a la SE-40 y la SE-35; ya no hay peaje para comunicarse con Cádiz y el Metro lleva años funcionando porque el manso de las inversiones no se ha detenido jamás. Desde la Expo 92 - "¡Es la Expo, estupidos!", dijo el clásico- el maná no ha dejado de derramarse abundantemente sobre este enclave. En fin, que resulta fácil comprobar cómo el centralismo sevillano ha sido un instrumento determinante para poner a esta ciudad y a esta provincia a años luz del resto de Andalucía, a la vez que ha forjado un carácter ciudadano despectivo, patrimonialista y ambicioso.

No se sorprendan: esta caricatura infundada se corresponde con una idea muy extendida por toda Andalucía. Es el llamado sentimiento de agravio, tan procazmente impulsado por muchos líderes políticos, empresariales o deportivos. Pero esos paisanos están equivocados: a Sevilla, que ha tenido que esperar 27 años y dos estatutos para que se reconozca por escrito su capitalidad, sólo se le culpa de lo que son males ajenos. Y quienes propalan tantas insensateces no pretenden acabar con un supuesto "modelo centralista" sino que aspiran a desplazar el pretendido modelo centralista sevillano por otro centralismo, sea malagueño, granadino o de las Alpujarras. Un balizamiento, un me toca a mí, pero poco más. A estas alturas de la Autonomía aún esperamos que las ocho provincias abracen el nombre de Andalucía como algo propio, un espacio compartido bajo el que compartimos una identidad común y una correspondencia ciudadana y leal con el resto de España. Desde la Hispania Ulterior y la Baetica romana hasta la división provincial de Javier de Burgos llovió mucho, pero jamás hubo periodo tan fértil para el provincianismo, con toda la carga peyorativa del término.

Cuestión distinta y merecedora de otro debate es si Sevilla ha sabido liderar Andalucía, si ha ejercido su capitalidad tirando del carro de la economía, la cultura o la ciencia, si ha sido capaz de convertirse en el espejo universitario, arquitectónico o sostenible en el que puedan mirarse las demás provincias y si sus líderes políticos, empresariales, mediáticos o sus intelectuales han estado y están a la altura de la circunstancias.

El llamado discurso chovinista aflora estos días de nuevo a cuenta de las posibles fusiones de cajas de ahorros, pero la práctica del agravio es habitual cada vez que el consejero-territorial (una innovación propia) acude a su circunscripción para el ceremonial de la provincialización de las partidas presupuestarias. Ésa aceptación de cuotas territoriales para el reparto de áreas en el Gobierno andaluz sigue profundizando en el error: ¿o es que no existe un centralismo turístico malagueño?, sólo por preguntar, vaya.

La mayoría de las veces el localismo actúa como fuerza de interposición ante el vituperado y virtual centralismo sevillano. Todos los partidos siempre se proponen trabajar contra este mal endémico pero apenas lo consiguen. En todas las filas militan políticos capaces de hundir el discurso troncal de su partido con planteamientos aldeanos y sonrojantes. Los partidos quedan en evidencia: no tienen un discurso único y sus estrategias quedan marcadas las más de las veces por el discurso de unos miopes que dicen defender el interés de los suyos aunque en realidad sólo se afanan en proteger lo suyo, pariendo soflamas hechas de agravio y discriminación. Lo peor es que estas rencillas no tienen bases objetivas. La mayor parte de las veces están soportadas en la ignorancia, la manipulación y en argumentos pseudohistóricos. Y así nos va, pese a nuestro peso territorial en el conjunto del Estado, nuestro potencial económico y social y nuestras fortalezas históricas y culturales ¿Y los medios de comuniciación? ¿no juegan un papel destacado en el concierto de los agravios interprovinciales? Por supuesto, somos un reflejo más de la sociedad que nos rodea cuando no la fuerza motriz de muchos de sus planteamientos. ¿Y Canal Sur, cumplidos los 20 años, ha logrado articular un mensaje vertebrador o se ha limitado a hacer una suma con ocho realidades provinciales?

Como la tormenta global que está cayendo no amaina y está dejando en evidencia lo absurdo de mucho planteamiento localista, quizás haya llegado el momento de que los partidos, las instituciones, los sindicatos, las patronales, los medios, en fin, todas fuerzas vivas con capacidad de intervenir en el devenir de Andalucía, se comprometieran a un pacto de mínimos para no seguir propiciando con argumentos espúreos la división entre los andaluces. Una idea que puede parecer ingenua pero que se antoja urgente. Un pacto. Y ahora la pregunta del millón: ¿en qué ciudad firmamos el pacto?

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