Local

Sevilla tiene ya a otra gran Pastora

La gran bailaora enamoró al público con su gracia y talento.

el 28 sep 2010 / 06:00 h.

TAGS:

El flamenco es un arte para el que hay que nacer, como para cualquier otro. Está muy claro que se puede aprender a bailar en una academia, donde te enseñan la técnica y te vacían la cartera, pero siempre se te va a notar que no lo has mamado en el pezón de la cotidianidad familiar. Podría poner muchos ejemplos, pero no está el horno para bollos en esta Bienal con tantos fans enseñando las uñas.

La bailaora sevillana Pastora Galván lo ha mamado en su casa, con su ‘papa' y su ‘mama' y su hermano, el genial bailaor Israel Galván. En la misma academia familiar donde enseñan a japonesas e italianos, además de a gente de la tierra. Pastora lo lleva adentro y, además, conoce la técnica, de ahí que sea capaz de bailar el sonido que produce el encendido de un flipper.

La primera vez que la vi bailar me pareció que había resucitado alguna de aquellas bailaoras del Café del Burrero, el de don Manuel Ojeda Rodríguez. Tenía la frescura de la adolescencia y la gracia de las viejas gitanas de la Cava de Triana, la de la calle Evangelista. Pero la influencia de su hermano la ha convertido en una especie de híbrido del actual baile femenino, con una capacidad sobrehumana de coser técnica y arte sin que se noten mucho las costuras.

Pastora, su último espectáculo, dirigido y coreografiado por su hermano, que ha sido la tercera vez que lo he visto, es el resultado de ese proceso de fusión artística. Curiosamente, es la tercera vez que lo veo y anoche me pareció que era la primera. Eso sólo lo pueden conseguir los grandes artistas, y Pastora es ya muy grande.

Escenografía sencilla, buenos cantaores y un gran guitarrista -El Bobote es punto y a parte-, sólo con eso, Pastora Galván nos ha brindado una gran obra flamenca en la que en el inicio de las coreografías capta el interés del público con algún detalle curioso -subida en una silla, por ejemplo, o liada en un mantón de Manila-, para después matarlo de arte con su encanto personal y su indudable calidad de bailaora de raza, de la que podemos esperar mucho.

Todos sus movimientos, convencionales unos y vanguardistas otros, acaban impregnados de flamencura, desde la bulería inicial vestida de casa hasta los tangos, con unos meneos de la pelvis que en otros tiempos la hubieran quemado, pasando por unas alegrías colosales, con hermosa bata de cola blanca, una original mariana, añejos pregones, airosos fandangos y sevillanas. Obra imaginativa, sencilla, con cantes por derecho de dos artistas estupendos, David Lagos y José Valencia, y un guitarrista de gran oficio en lo de dirigir al baile, don Ramón Amador, que, además, sorprendió a propios y extraños cantando un taranto de una gran profundidad. Casi la misma que mostró José Valencia en una soleá enjundiosa y David Lagos en una ligadísima malagueña mellizera.

Las grandes bailaoras siempre han cuidado el cuadro de acompañantes. Pastora e Israel lo han hecho y han conseguido una obra que nos debería hacer reflexionar sobre el despilfarro que a veces lleva a cabo la Bienal en grandes montajes que, luego, se quedan en nada.

A todo esto, apenas recuerdo lo que escribí de esta obra hace dos años, cuando la vi en Jerez, o hace un año, cuando la disfruté en la pequeña y linda ciudad francesa de Mont-de-Marsan. ¿Importa, acaso?

Camino del periódico, corriendo para vaciar el alma a tiempo, la flamenquísima estampa de Pastora Galván apenas me dejaba recordar otra cosa. Bueno, sí. ¡Cómo no recordar al gran Bobote! Pedazo de artista este cacho de pan.

  • 1