El hombre tranquilo es una película de John Ford con más de medio siglo que, en clave de comedia, relataba las vivencias de un boxeador retirado al volver a su país de origen, Irlanda, que se encontraba con viejas costumbres que obstaculizaban su noviazgo con la hermana del eterno rival. Al final, como es lógico, se imponía en la cinta la modernidad aunque con un toque cariñoso hacia la idiosincrasia ancestral. Anteayer el presidente del Sevilla F.C., al que el fiscal imputa delitos en Marbella en la etapa de Gil, ha hecho un llamamiento a la tranquilidad de los sevillistas.
A mí ese llamamiento se me antoja, cuanto menos, inútil. Independientemente de lo que le pueda suceder al mandatario, independientemente de que al frente del club esté él u otro, al Sevilla la tranquilidad le llega de su modernidad; puede, como el ex-boxeador John Wayne, darse ese lujo porque es una sociedad con un organigrama, unos accionistas y una verdadera asamblea de éstos. Es como un banco o un grupo industrial. Desde ahí puede condescender con la idiosincrasia y jugar con su tradición.
Los ancestros están en esta historia en el otro lado, en el del Betis; allí no es posible que reine la tranquilidad porque en su trono se sientan estructuras vetustas, más propias de un ancienne regime que de la sociedad en la que vivimos. El Betis es un feudo sin más cohesión interna que la del sentimiento. A los sevillistas no hace falta decirles que deben mantener la tranquilidad por las vicisitudes de su presidente; los béticos no pueden tenerla mientras continúe la situación actual. El Sevilla es un club como Dios manda, el Betis, en las actuales circunstancias y a pesar de los béticos, es menos que la España de Matías Picavea, es una tribu que ni siquiera puede tener pretensiones.