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Silencios y broncas

No eran las cinco de la tarde ni sonaron los clarines, pero da igual. Rafael Moreno desgranaba sus vivencias taurinas y parte de su nueva novela 'La soledad del triunfo' en la Plaza Nueva, flanqueado por una terna de lujo: Liria, Muñoz y Espartaco.

el 15 sep 2009 / 04:22 h.

No eran las cinco de la tarde ni sonaron los clarines, pero da igual. Rafael Moreno desgranaba sus vivencias taurinas y parte de su nueva novela 'La soledad del triunfo' en la Plaza Nueva, flanqueado por una terna de lujo: Liria, Muñoz y Espartaco. Hablaba de ese silencio maestrante que tanto dice, de esos silencios de los toreros que tanto expresan. Hablaron los toreros; la elocuencia de la parquedad de sus palabras contrasta con la verborrea amarilla y publicitaria relojera de algunos de sus colegas y con la de las meretrices que los persiguen por los platós. En esto, una placera distinguida, Mamen Otero, me advertía: ¿te das cuenta que pasa el tranvía y ni se oye? Silencio después de la bronca. Silencio sabio. No todo el mundo se puede, ni sabe, contener, ni siquiera todos los que sufren almorranas lo hacen en silencio.

Gregorio Conejo ha roto, jartito, el suyo, bronca, ante el silencio pesetario de Lopera: es que el Míster se ha quedado sin pilas y ha llamado desde mi móvil 30 veces -¡qué poca fe en los vales del caudillo de El Fontanal!-. Silencios vaticanos, como el de Rouco, ante la bronca de su sobrina, primera sobrina de cura que muestra su esplendor en el papel cuché, enseñando así sus atributos celestiales -eso no puede ser pecado- y la humanidad más insolidaria del paladín de la defensa de las familias. Silentes explosivos, como Pepe Caballos que expresa la más genuina virtud cívica y estética, alardeada de sacrificio y disciplina ante la expectación de la bronca. Silencios cagones y silencios valientes que no nacen, estos últimos, de la prudente ignorancia sino de la inteligencia crítica.

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