Economía

Silos que guardan otros trigos

34 almacenes de grano tiene la provincia, y la mitad busca usos nuevos para evitar el abandono y el expolio

el 07 nov 2010 / 21:52 h.

Silo de Marchena con el pueblo de Paradas al fondo, con cuyos silos está conectado por ferrocarril.

No son once las torres de Écija, son doce, once eclesiásticas, la duodécima cerealista, no barroca como las hermanas, sí rubricada por la arquitectura industrial y funcional que caracterizó a la Red Nacional de Silos y Graneros, casi toda construida en la autárquica dictadura franquista. Estas edificaciones, reservas estratégicas de grano para el sustento de la población, cayeron en desuso -salvo excepciones- tras entrar España, allá por 1986, en la entonces Comunidad Económica Europea. Pero no las mata tanto la falta de actividad como el olvido.

Su niñez son recuerdos del silo de Carmona, aún en pie, no guarda trigos, rehabilitado está para diversas actividades educativas y culturales. Cinco años lleva rastreando esos almacenes el arquitecto sevillano Carlos Mateo, y junto con David Salamanca preparan un inventario andaluz. 156 silos y graneros hay, para 15 edificarán propuestas de intervención, qué hacer con ellos. La Consejería de Obras Públicas y Vivienda subvenciona al equipo de cinco investigadores que ellos dirigen, cuyo trabajo finalizará el año que viene.

Fueron 37 los silos y graneros existentes en la provincia de Sevilla, los segundos eran simples almacenes, cuatro paredes y cubierta, los primeros mucho más complejos, la altura los distingue por el exterior, en el interior por los depósitos y la maquinaria de elevar y hacer caer el grano. 34 quedan en pie, demolidos fueron los de Estepa, Coria del Río y Alcalá de Guadaíra, en esta última localidad da nombre a una calle, Silos.

¿Y algún diamante para la arquitectura? Mateo responde que ninguno puede equipararse al de Córdoba capital, muy cercano a la estación del AVE, ni al de Málaga, éste enclavado en su recinto portuario. Sin embargo, matiza, no sólo debe contar el edificio individual, sino también su papel en el conjunto de la red regional y estatal. Por ejemplo, sostiene, no son gran cosa los dos de Marchena, de arquitectura seriada, pero estaban conectados por ferrocarril con los de Osuna y Paradas. Esa visión global, dice, hay que tenerla.

Son varios, como Gerena y Lebrija, los que mantienen sus orígenes agrarios y están cedidos a cooperativas locales. Actividades culturales y administrativas predominan en el resto, hasta sedes de la Policía Local, aunque tampoco falta el recurso al simple almacén de materiales, ni tampoco los que sufren una lenta agonía. A priori, precisa Mateo, ninguno corre riesgo de derrumbamiento.

Caso de desamparo, el silo de Morón de la Frontera, que se encuentra "en absoluto estado de abandono", hasta el extremo de haber sufrido el expolio de la maquinaria, quizás pasto para las chatarrerías. "Sólo le queda caerse", sentencia.

Contrasta esta dejadez con las alternativas buscadas para el de Carmona, aunque también para municipios más pequeños, aquí entra por ejemplo el de Fuentes de Andalucía, en obras para ser un futuro centro cultural, las dirige Fábrica de Arquitectura, el estudio de Carlos Mateo. Mientras, dos de los edificios del complejo utrerano se transformaron en botellódromo, y de ahí a un centro juvenil y de ocio.

Para imaginación, el granero de Alcalá del Río, una parte cedida a una cooperativa, otra destinada a dependencias del Ayuntamiento, de la Policía Local y de la oficina de empleo, e incluso es sede de una peña flamenca. Tal agudeza, no obstante, no es regla general porque la mayoría de los consistorios, según lamenta el arquitecto sevillano, no sabe qué hacer con los silos, sí con los graneros, depósitos para guardar de todo, incluso materiales de construcción.

Desde 1996, la Junta de Andalucía gestiona los silos y graneros de la comunidad transferidos por el Estado, cuyo Servicio Nacional del Trigo los construyó entre 1945 y 1984 -el último se edificó sólo dos años antes de que España fuera socio de de la CEE, cuando ya no tenía sentido, dado que la entrada suponía abrir su mercado a Europa-. Franco inauguró esa red un 6 de junio de 1951. Fue en la ciudad de Córdoba.

Se dividieron en dos: aquéllos que quedaron englobados en la red básica, que en el caso andaluz son doce -de ellos, cuatro en Sevilla, en Utrera, Marchena, Las Cabezas de San Juan y, por último, El Cuervo-, que se mantuvieron bajo tutela del Gobierno autonómico con una finalidad agraria, mantener su espíritu de reserva de grano, mientras que el resto fue cedido a los ayuntamientos por un periodo de cincuenta años.

Salvo contados silos como los de Córdoba, Málaga, Mérida, Alcalá de Henares o Arévalo -este último construido en un castillo medieval y restaurado en fechas recientes-, de la mayoría de ellos no cabe decir que sean joyas arquitectónicas, puesto que son seriados, planificados sobre idéntico modelo, estructuras iguales o similares, visto uno, vistos todos. Mateo, no obstante, apela también al concepto de joya paisajística, como la de Arahal, aunque el ejemplo más claro estaría en los campos de Castilla, llanos donde esas edificaciones industriales rivalizan con los campanarios de las iglesias.

"Y si subes al más alto de Écija, se ve desde allí todas sus torres, ningún punto de la localidad tiene tales vistas". Eso sí, agrega, se ha desconfigurado su lógica histórica, al quedar, cual ratonera, rodeado por bloques de viviendas y sin sus antiguas vías ferroviarias.

¿Qué hacer con los olvidados? El arquitecto muestra ejemplos de experiencias europeas y americanas, con silos reconvertidos en un museo de arte contemporáneo, un bloque de viviendas e incluso una residencia universitaria, caso este último de Oslo, emblema arquitectónico de la ciudad.

El investigador considera que son múltiples las posibles transformaciones: hoteles, albergues, discotecas, restaurantes, viviendas, incorporarlos a rutas turísticas... Todo, apunta, es cuestión de estudiarlo y realizar la oportuna planificación arquitectónica interior, de ahí que, asegura, no son pocos los ayuntamientos que esperan el inventario andaluz y sus propuestas de intervención. Su objetivo, reutilizarlos, que se ganen para la sociedad, y aquí apela al factor emocional.

"Cuando al pueblo le quitas el silo, se está dañando su imagen, además del impacto sentimental para una gente del campo que ha estado siempre vinculada a este edificio", señala. La Junta de Andalucía, agrega, demuestra "sensibilidad" por estas instalaciones, como en su día la revelara la capital cordobesa al protegerlo urbanísticamente. Si bien ya no suministran trigo ni regulan el precio, son trozos de historia.

  • 1