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Simiente del arrozal

el 04 dic 2010 / 21:36 h.

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Este pequeño gran hombre, grande en lo empresarial y paternal, siendo esto último, dice, lo más importante, "la familia te da la vida", se mueve con una agilidad pasmosa al ritmo que le marca la diminuta agenda aún en papel que guarda en el bolsillo de su chaqueta, azul marino casi siempre. La austeridad, heredada de sus raíces soriana y navarra, las primeras del padre, las segundas de la madre, guía su conducta, su presencia, su trabajo, y aunque aparenta seriedad, un carácter que ha ido limando con el tiempo, quienes le rodean dicen no aburrirse con él, al contrario, pese a haber nacido en el norte, Tudela fue su cuna, no sólo es sevillano, sino que presume de serlo.

Tanto que tras acceder, en 2005, a la presidencia de la mayor compañía agroalimentaria española, entonces Ebro Puleva, hoy Ebro a secas, una de sus primeras decisiones fue devolver a San Juan de Aznalfarache la sede social de Herba, y desde entonces martes, miércoles y jueves los pasa en Madrid, y el resto de los días en Sevilla, desde donde lleva las riendas de la mayor arrocera del mundo, cualquiera lo diría siendo como es de seca Andalucía, y el segundo mayor fabricante internacional de pastas, al que sólo los italianos le tosen, a ver cuánto les dura el atrevimiento, puesto que la palabra líder está muy arraigada a la gestión de Antonio Hernández Callejas.

Su infancia son recuerdos de arrozales. Con cinco años dejó Navarra y se trasladó a Sevilla, donde su padre, Félix Hernández Barrera y segunda generación de la saga empresarial, construye la mayor fábrica de arroz de España, aprovechando el crecimiento del cultivo en las marismas del Guadalquivir. Estudió en el colegio Portaceli, con los jesuitas, se licenció en Ciencias Económicas y suma tres años de Derecho, una carrera por la que, asegura, siente verdadera pasión y terminará cuando la termine, tiene 55 años.

Nunca desaprovecha el tiempo. El francés, por ejemplo, lo domina porque lo practicaba incluso cuando iba de vacaciones en coche en épocas de juventud, con las antiguas cintas de cassette, venga y venga, écouter et de répéter. Y ser presidente de un líder mundial le obliga, además, a desenvolverse con soltura en el idioma por excelencia de los negocios, el inglés. Constancia y trabajo. Términos que lleva en la sangre y que trata de inculcar a su sangre, sus hijos, uno adolescente, otro en edad universitaria.

Mediados los noventa, los Hernández Barrera sorprendieron al vender el 60% de Arrocerías Herba, seguro que las marcas Brillante, La Fallera, Nomen o La Cigala le suenan, a la empresa Azucarera Ebro, dejando el control, que no la gestión, de la histórica firma sevillana en manos del primer grupo agroalimentario de España. En 2001, sin embargo, esa operación cobró significado. Al vender el 40% restante, la familia pactó, a cambio, la adquisición de un importante paquete de acciones de una compañía, Ebro, que acababa de absorber Puleva y tenía en el azúcar, la leche y el arroz los principales ingredientes de una receta que nuestro protagonista estaba cocinando a fuego lento.

Desde su puesto de consejero y vicepresidente, Hernández Callejas comenzaba una radical transformación de Ebro Puleva preparándola para los ajustes a los que obligaba Bruselas con sus reformas agrarias que, en el caso del azúcar, llevaban aparejadas una reconversión. Al tiempo que acometía la reestructuración interna del grupo, puso especial énfasis en la expansión del negocio arrocero, con la compra de empresas y marcas por todo el mundo, y mira hacia otros que pudieran, en un mercado, el agroalimentario, muy condicionado por la evolución de los precios de las materias primas, reportar un liderazgo que ya ejercía en azúcar y lácteos. De esta época procede la gran expansión internacional, con la adquisición de la estadounidense Riviana como cúspide, que reportaba la primacía mundial arrocera.

El trabajo fue recompensado un 27 de abril de 2005 al acceder a la presidencia del grupo. A partir de ahí, y con la saga familiar como principal accionista (15,72%), adquisiciones y más adquisiciones -se pierde uno en la cantidad de marcas y países- para engrandecer el arroz, y el desembarco, con fuerza de liderazgo, en la pasta, pero también, ya en los dos últimos años, la venta de los negocios que dieron nombre a la compañía: el azúcar (Ebro) y la leche (Puleva). Tan radical ha sido su transformación como para perder los orígenes, tan asentada su solvencia como para seguir de compras y tan estratégica su presencia como para aliarse con su eterna rival en España, SOS, comprarle su división arrocera y desembarcar en su capital, impidiendo, así, cual caballero blanco, que cayera en manos extranjeras.

La semana pasada lo vimos, aunque sólo de refilón, en la cumbre que José Luis Rodríguez Zapatero convocó en La Moncloa con lo más granado del empresariado español. Pero no es un hombre de cortes, ni oficiales ni patronales, sino que se sumerge en la gestión interna de la empresa -"prefiero estar con mi gente"- y raramente se le puede ver en saraos. La discreción impera en este aficionado al flamenco, el golf y los toros, amante de la familia y que se levanta todos los días a las siete de la mañana y, tras hacer "un poco de gimnasia", se enfrenta a la pequeña gran tarea de ser padre y empresario.

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