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Simplemente periodismo

Cuando comenzamos a preparar hace ya un año los actos que íbamos a celebrar con motivo de los 110 años de El Correo de Andalucía, el periódico decano de Sevilla, no imaginábamos que se iba a tratar de una conmemoración tan al hilo de la reflexión sobre el futuro de los periódicos y de la comunicación en general...

el 16 sep 2009 / 02:28 h.

Cuando comenzamos a preparar hace ya un año los actos que íbamos a celebrar con motivo de los 110 años de El Correo de Andalucía, el periódico decano de Sevilla, no imaginábamos que se iba a tratar de una conmemoración tan al hilo de la reflexión sobre el futuro de los periódicos y de la comunicación en general. Interrogarnos sobre si los periódicos tienen futuro es en sí mismo un ejercicio angustioso para los que trabajamos en ellos. Hace sólo unos años nadie se habría planteado en serio un mundo sin diarios. Hoy, cuando importantes cabeceras abandonan el papel y se instalan en internet, se aborda ya tal posibilidad como si tal cosa. Y quizás sin valorar a fondo que si los periódicos desaparecen quedará huérfano el espacio público de debate, un hueco sustancial que a día de hoy ningún otro actor parece preparado para ocupar con garantías.

Los supuestos que se manejan con proverbial generosidad oscilan entre el pesimismo racional, la admonición redentora y el dramatismo radical. Ponerle fecha a la muerte del último periódico se ha convertido en un juego global pelín sádico.

Al socaire de la crisis económica, el proceso parece haberse acelerado y quizás nadie sepa a día de hoy si esta carretera incorpora alguna posibilidad de retorno. Pero lo cierto es que cuantos nos afanamos en sacar cada día un periódico a la calle percibimos que pisamos un suelo quebradizo, que puede romperse en cualquier momento. E intuimos que debajo nos aguarda un abismo.

Con ciertas dosis de maniqueísmo, podríamos afirmar que la conclusión universal que se extrae pulsando la corriente de opinión mayoritaria es que los periódicos en papel son el problema y lo digital es la solución. Este es el mantra de moda al que nos invitan a abonarnos sin mayores reflexiones o cuestionamientos.

El universo digital parece contener todas las virtudes: la participación de la ciudadanía a través de las herramientas que ha dispuesto la tecnología, la gratuidad del concepto informativo, la multiplicidad de géneros y conceptos, de opiniones e informaciones, el florecimiento de la comunicación multimedia, la versatilidad y movilidad de los soportes, el abaratamiento de los costes de acceso, la hospitalidad y promiscuidad de las redes sociales. Y se le concede a internet el mayor de los regalos: ese concepto tan hermoso y que hoy se atribuye como si fuera un atributo cierto y exclusivo de la red: la libertad.

En contraposición, el vetusto mundo de papel parece encerrar todos los defectos: un periodismo que no ha sabido evolucionar según las necesidades de la sociedad actual, un papel preponderante y patrimonialista de los informadores, sus noticias unívocas y sin posibilidad de ser comentadas o rebatidas, obsoletas estructuras redaccionales, periodistas especializados en antiguas artesanías informativas que resultan hoy incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos, la contaminación institucional que preña los periódicos y, sobre todo, una tendencia natural a propiciar debates inútiles que sólo sirven para retroalimentar a políticos y los propios periodistas.

Puede ser. Es posible que algo o mucho de lo apuntado exista y, de igual forma, son reconocibles muchas de las virtudes que encierra lo digital. Además, la nueva realidad nos arrastra corriente abajo hacia lo digital nos guste o no, por lo que darle la espalda a los hechos sería traición a nuestra condición de periodistas. Pero, a la vez, no cuestionar lo que vemos nos convertiría también en traidores al oficio.

Pero permítase que también reivindiquemos las virtudes del trabajo en una redacción, muchas de las cuales brillan aún por su ausencia en muchos portales y páginas webs dedicadas a la información. Primero, el peso de la marca. El lector y el ciberlector saben que detrás de una noticia publicada en la web bajo una marca reconocida hay horas de trabajo, hay rigor y una jerarquía de mando que ha intervenido para analizar, comprobar y mejorar la noticia. Detrás de la marca existe una legítima posición editorial, sin ambages, pero con las cartas sobre la mesa, a diferencia de lo que cada día observamos en muchas direcciones de referencia en internet. Difícilmente, en un periódico se confunde el rumor con la noticia, ni se convierte el chascarrillo en titular a tres columnas o se publican noticias sin firmar y sin atribución de fuentes. Detrás de las grandes noticias de los periódicos hay muchas horas de trabajo, de aprendizaje, de especialización, de gastar la agenda llamando a las fuentes y de aplicar los principios del interés informativo público y la proporcionalidad. Ése y no otro ha sido el entrenamiento clásico en las redacciones en las que se ha practicado el buen periodismo. Si un día hay que mudarse a internet con los bártulos confiamos en llevarnos con nosotros un hatillo lleno de buenas prácticas.

Estamos en un momento delicado y estratégico. Como todas las revoluciones, es el periodo en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, al menos en cuanto a una de sus dimensiones claves para el negocio: los ingresos publicitarios, que aún se localizan en el formato de papel. Y también respecto a la definición de muchos portales con apariencia de soporte informativo pero que son, sencillamente, otra cosa.

Tenemos dudas sobre si los periódicos morirán o sólo se transformarán, pero por el momento seguimos trabajando con un modelo que posiblemente haya quedado periclitado pero que a día de hoy es el que sostiene a la profesión periodística en todo el mundo. Y es el modelo que articula a las sociedades libres y prósperas.

Pero todo lo anterior no niega la mayor: que la comunicación está cambiando y la profesión periodística ha de adaptarse para seguir existiendo. Que internet como producto de síntesis periodística ha venido para quedarse no lo discute nadie. Los que hoy escribimos en periódicos quizás lo hagamos sólo en el ciberespacio dentro de unos años. Pero hoy queremos repetir que los valores de la profesión son innegociables. Que es importante conocer y reconocer los códigos que han forjado el prestigio de esta industria a partir de los periódicos.

Al final, se trata de la vieja y siempre nueva profesión periodística, de este oficio que imanta y envenena y que ejercemos con más tino y rigor cuando recordamos que sólo somos depositarios del derecho a la información de los ciudadanos. Y da exactamente igual si nuestras noticias son leídas en la última resma de papel que quede, oliendo a tinta fresca, o en el éter imponderable y electrónico que envuelve una página web.

mailto: ahernandez@correoandalucia.com

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