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Sin intensidad no somos nada

El Sevilla se ha acostumbrado a deambular por la Liga como un equipo sin alma que no sólo no es capaz de ganar al penúltimo sino que además ni siquiera se lo merece.

el 10 mar 2012 / 23:08 h.

André Castro y Gregory derriban a Manu del Moral.

En el fútbol hay diversas cualidades que pueden decantar partidos, como la calidad, el juego grupal, las individualidades, la suerte, el acierto o, por qué no decirlo, las ayudas arbitrales.

Con alguno de esos ingredientes se puede aspirar a los tres puntos allá donde se juegue, con todos se gana seguro y si no se cuenta con ninguno la derrota es segura y merecida. 

Del Sevilla se pueden esperar pocos aspectos de esta lista de virtudes en general y, ayer en Gijón, menos aún. De un equipo que parece una banda sobre el césped la mayoría de las veces, con casi todos sus mejores hombres en casa por lesiones o sanciones, con la pólvora mojada hasta el extremo y con la fortuna volviéndole la cara sólo se puede exigir una cosa: la intensidad.

Durante la semana, Míchel se hartó de comentar que sólo podrían imponer su, a priori, mayor calidad si la entrega de sus jugadores se asemejaba a la de los del Sporting de Gijón, pero el Sevilla ayer volvió a atentar ante el lema de la casta y el coraje.

El equipo nervionense, históricamente, ha podido ser mejor o peor, engalanando su andadura con éxitos internacionales de lo más relevantes o empobreciéndola con ridículos descensos, pero pocas veces sus aficionados han podido achacarle falta de testiculina.

En la época de Del Nido, ésta ha sido precisamente su seña de identidad. Caparrós consiguió hacer de un equipo de deshechos un rival temible gracias a que daban el 200% en cada encuentro; Juande recogió esa herencia y desde ahí cimentó el equipo que toda Europa envidió; y aún con Jiménez nunca se le pudo achacar al grupo falta de bemoles.

Pero todo eso ha terminado. El Sevilla se ha acostumbrado a deambular por la Liga como un equipo sin alma que no sólo no es capaz de ganar al penúltimo sino que además ni siquiera se lo merece. En Gijón todos fueron acreedores de una derrota que le aleja aún más del objetivo en vísperas de la probable derrota en casa ante el Barcelona.

El primero fue Míchel, que descabezó al equipo y jugó 70 minutos -40 de ellos con el marcador por detrás- sin un ariete de referencia y con un Del Moral negado que no marca desde el año pasado en punta.

El del jiennense es sólo un nombre más de un grupo impotente e insulso al que sólo Palop salvó de la goleada mientras Juan Pablo, el meta sportinguista, podría haberse sentado junto al poste de su arco y no habría encajado.

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