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Sobre el vicio de gritar

La vecina tiene consolidado el vicio de gritar, gruñe todas las tardes con una voz de una soprano vieja. Durante las mañanas no se le escucha, parece que se mueve con zapatillas de esponja. En cuanto vuelve de la caminata con las amigas, esconde la verdadera cara...

el 15 sep 2009 / 22:29 h.

La vecina tiene consolidado el vicio de gritar, gruñe todas las tardes con una voz de una soprano vieja. Durante las mañanas no se le escucha, parece que se mueve con zapatillas de esponja. En cuanto vuelve de la caminata con las amigas, esconde la verdadera cara como Esperanza Aguirre y repite cien veces el disco de Pantoja. Las horas en las que grita coinciden con las telenovelas, y la culpable, la hija menor que no le deja verlas con la debida tranquilidad. Sólo se pega diez horas delante del televisor para cumplir con la media española, pero la responsable es la escuela porque no la guarda más tiempo. La mayor no le da ninguna lata, está siempre liada con una maquinita de matar marcianos, un asunto muy instructivo. Si fuera verdad que pica la oreja cuando te están mentando, la maestra estaría sorda de tanto rascársela. La acusa de irse las tardes de fandangueo, mientras ella no puede salir nunca porque a esas horas el marido está en la partida de dominó.

Para ella, el problema de la Educación son los maestros, ni ná ni ná. Antes de gritarlo debería informarse de las tareas que cumplen, tan distintas a las que ella pretende para que la familia concilie las telenovelas con el dominó.

Apuntar que un elevado porcentaje de la ciudadanía considera que la escuela es una guardería e ignora que el profesorado cumple con la enseñanza y una burocracia en horas familiares que, en algunas especialidades, constituye un libro por alumno. Convendría una encuesta para probar que la tarea de las maestras figura a la cabeza de las desconocidas, aunque a la vecina de arriba le traen sin cuidado las estadísticas, siempre podrá arremeter con las vacaciones de verano. O sea, la gritona sale local y franquista. Hubo un ministro de Franco al que apodaron Julito el breve porque duró seis meses en la cartera de Educación. Pretendía que el curso escolar coincidiera con el año, y todos de vacaciones en agosto. Se le echaron encima los expertos acusándolo de incendiar la economía y otros cantes como los de Pantoja con Muñoz. A Bogart le quedaba París, y a nosotros, la esperanza, pero no Aguirre, sino de su ronquera.

Periodista

daditrevi@hotmail.com

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