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Sobre José Val del Omar

La primera persona que me pasó de estraperlo los vídeos de Val del Omar fue un alumno que tuve en Jaén. Después, como si tal cosa, se me ha ido apareciendo por todos lados como un fantasma.

el 15 sep 2009 / 15:39 h.

La primera persona que me pasó de estraperlo los vídeos de Val del Omar fue un alumno que tuve en Jaén. Después, como si tal cosa, se me ha ido apareciendo por todos lados como un fantasma. No recuerdo bien de qué manera, pero hace unos meses cayó en mis manos el libro-retrato que le dedica Román Gubern. Me lo leí de un tirón maravillado, disfrutando de la creatividad y la inventiva de un genio del celuloide que supo como nadie descubrir caminos nuevos en el cine y el arte, dos términos indisociables que en este andaluz sui generis siempre fermentaron juntos y en el punto exacto.

José Val del Omar era una mezcla rara. Preciosamente extraña. Buen amigo de García Lorca y un excéntrico representante de la Generación del 27, a su manera. Un poeta de las imágenes más que de las palabras. Inventor, misionero laico, altruista, técnico, juglar moderno, fotógrafo, documentalista?

No se sabe con certeza si este hombre sonriente y perseverante fue un visionario, un idealista o un iluso. O las tres cosas al mismo tiempo y muchas más. Alguien inhabitual a quien Luís Cernuda recordaría años después como ese extraordinario artista de la cámara. Lo que sí está claro es que sus trabajos experimentales tienen hoy plena validez y una inacabable riqueza mayeútica. Con diferencia, están a años luz de muchos videocreadores estrafalarios y desafinados de ahora, hueste irreverente de analfabetos de la imagen cuya única gran virtud es saber manejar con destreza el Final Cut.

Este verano me lo he encontrado de nuevo. Era de esperar. Primero me tope de bruces con su carácter generoso en la novela El club de la memoria de Eva Díaz Pérez. Luego, disfrute su Tríptico elemental de España en la exposición colectiva El discreto encanto de la tecnología en el MEIAC de Badajoz. Y la tercera vez se me apareció en Granada, su ciudad, mientras desayunaba con Yolanda Romero, la directora del Centro José Guerrero. Ella fue la que me dijo, para regocijo de ambos, que el Reina Sofía le dedicaría en 2010 una amplia antología.

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