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Somos niebla

Por Diego Suarez / Director de Informativos de la Cadena Ser de Andalucía

el 06 nov 2013 / 22:47 h.

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Por Diego Suarez / Director de Informativos de la Cadena Ser de Andalucía Así tituló José María Javierre su último obituario en las páginas de El Correo. Iba dirigido a Eduardo Chinarro, el periodista que rompió los muros de la dictadura y luchó por los derechos de los trabajadores desde su sección Mundo Obrero. Precursor de una información laboral perseguida y clandestina, que se abrió a denunciar desde el corazón de Sevilla, las injusticias laborales cometidas por empresarios de toda España y parte de Europa. Tal fue su fuerza y compromiso. Javierre, aquella pluma “tan ágil como peligrosa” que trajo de cabeza a la censura, escribió aquel artículo desde el dolor por la pérdida de su compañero de redacción, de su amigo. Ambos eran curas. Y juntos, burlaron las fronteras en defensa de los derechos de los trabajadores y en auxilio de los más necesitados. Ésa ha sido la grandeza de El Correo en sus casi 115 años de historia: la coexistencia de grandes profesionales de la información, el choque de placas tectónicas provenientes de distintas sensibilidades superpuestas a lo largo de tres siglos distintos. Un periódico en manos de la Iglesia y la Política. Nunca independizado pero siempre libre. Si Sevilla es un crisol de culturas y la Giralda el exponente máximo de civilizaciones superpuestas, El Correo es torre de Babel de Andalucía; un monumento vivo a la pluralidad. Quizá esa fuera la principal virtud y la condena, su alfa y omega. Miente quien diga que trabajar en El Correo no le cambió la vida. Para todos los que hemos pasado por la redacción,  ha significado una constante lucha cernudiana entre la realidad y el deseo. Cuando paríamos una buena portada, una información bien abrochada, nos invadía un orgasmo intelectual, multiplicado al tratarse de un periódico que siempre nadó a contracorriente y que nunca tuvo una estructura empresarial. Esconderse un rato por la mañana a observar un buen día de venta en el kiosco era una impagable inyección de autoestima, el mejor ejercicio de autoafirmación; un viaje sin billete de vuelta a la Argónida que tanto anheló Caballero Bonald. Un periódico honorable de barrio, de fútbol y cofradías; un termómetro ciudadano, el analgésico fiscalizador contra las ansias febriles de políticos ebrios de vanidad y poder. La maldición de arribistas y especuladores, una retícula de la democracia, un soplo diario de libertad, una permanente lección de compromiso social y de lealtad con sus lectores. Confieso que hubo días en los que tuve la fútil sensación de intentar mover la pirámide de Keops con mis manos. Pero hasta en los peores momentos, encontré a mi espalda el aliento de mis compañeros: un grupo extraordinario de profesionales con el  denominador común de la ilusión y el empuje. Ebrios de rigor, viajeros en un avión con un ala rota por las vicisitudes de la historia, pero al tiempo orgullosos por pertenecer a una nave reconocible  por los galones obtenidos en tantas batallas libradas desde 1899. Eso era El Correo que yo viví. Una gran familia de jóvenes entusiasmados por el periodismo más cercano, por las historias humanas de Sevilla, por mantener el prestigio y la influencia que siempre ha tenido su sección de Andalucía. La mejor escuela de periodismo del mundo. Kapuscinski decía que para llegar a ser buen periodista hay que ser buena persona. Nunca le creí. He conocido periodistas extraordinarios que no merecen la pena porque abandonaron la mejor condición del ser humano encerrados en la jaula de su propia excelencia. En El Correo de Andalucía, todo mereció la pena, hasta los errores que sin duda cometí.   Entre todos construimos la historia de El Correo con los jirones de nuestra piel. Y como no sabíamos que era imposible, lo hicimos. La cita es de Albert Einstein, que nunca escribió en El Correo, pero sí Severo Ochoa, Vicente Aleixandre o Juan Ramón Jiménez, aquel joven de Moguer que atormentaba a su inteligencia en busca del nombre exacto de las cosas; la mejor metáfora de la esencia del periodismo. Y ésa es la clave de todo, el periodismo. Está en juego demasiado como para eludir la autocrítica. Apelar sólo a los sentimientos y obviar la realidad que atenaza a la prensa escrita sólo convertiría este artículo en un vacuo ejercicio de melancolía. No se trata, sin embargo, de un problema de soporte, lo es de periodismo. Y de eso saben mucho los trabajadores de El Correo. Porque los social media son necesarios, pero los mass media son imprescindibles. Y en estos tiempos, El Correo es más necesario que nunca. No sólo por lo que significa salvar un periódico honorable, sino por aportar a Andalucía un periodismo honesto, fiscalizador; comprometido, que busca reflexionar y debatir sobre las cosas, no sólo contra ellas. Javierre, en los estertores de su vida, se desangró en la pluma que lloraba a su amigo Chinarro. Aquel día, el cura desnudó su alma y cubierto sólo por tinta de rotativa, mostró su lado más terrenal y humano antes de aferrarse a la fe para vencer a las cenizas y avanzar entre la niebla de su dolor. Ahora que es difícil ver la luz, a los hombres y mujeres de El Correo se nos aparece aún más certera la frase de Javierre. Y más elocuente aún, porque pase lo que pase, aunque parezca que podemos sucumbir ante el dolor de la injusticia, los andaluces sentirán siempre en sus ventanas el vaho de nuestra dignidad. Todos somos niebla, José María, porque nunca podrán tocarnos.

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