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¿Son ya las tres? ¡Una de churros!

La Expo demostró que solo la más impensable de las chambas ha llevado al ser humano a dominar el planeta, en vez de desaparecer fulminado por su propia tontez. A mediados de agosto se vieron algunos casos palmarios.

el 18 ago 2012 / 20:10 h.

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Una de las figuras que se podían ver en la Expo.

La piececita publicada en El Correo del día 16, ahí a un ladito la pobre, se titulaba Esas inveteradas costumbres, y decía lo siguiente: "Si algo hay de mágico entre los visitantes de la Exposición Universal de Sevilla es su capacidad de sorprender. En las chocolaterías del recinto se pueden ver visitantes comiendo chocolate con churros incluso a las tres de la tarde. Y eso en pleno agosto. Según los trabajadores de estos establecimientos, los espontáneos comensales suelen ser extranjeros que ignoran las inveteradas costumbres de los locales." Para las víctimas del recorte educativo: inveterado significa antiguo y arraigado. Hay que ser muy, pero que muy extranjero, para tomarse un chocolate con churros en Sevilla a las tres de la tarde de un día de agosto. Haría falta un teólogo viejo y reputado para explicar la diferencia entre eso y despreciar la vida. Pero así era. Una demostración, entre muchísimas otras, de ese lema ibérico (también muy inveterado) que dice que la gente está fatal.

La gente está fatal. Es la frase que más se oye en los ascensores, junto con la de vaya calor. En la Expo, ascensores se veían pocos pero gente y calor había a patadas, de tal modo que los sucesos extraños de la chocolatada suicida no eran ni mucho menos los únicos ejemplos de la afirmación anterior. O si no, que alguien explique lo del día de Vanuatu. Vanuatu es (aclaración hecha para los de antes) un país de los Mares del Sur formado por sabe Dios cuántas islitas volcánicas que cualquier día de estos pega aquello de lo que tradicionalmente se ha venido llamando un explotío y no queda de Vanuatu ni la uve. Pero hasta ahora ha habido suerte y la nación referida ha tenido tiempo sobrado de producir un antiguo y arraigado folclore (inveterado, podría decirse). Antiguo, arraigado... y acongojante, cabría añadir, porque por lo visto para quedar bien con las visitas lo que hacen es gruñirles a la cara. Eso para ellos es el no va más de la hospitalidad.

Total, que el 18 de agosto llegó el día de Vanuatu (en la Expo, cada paisito tenía su día para él solo) y El Correo, a la mañana siguiente, llevaba a los quioscos la siguiente crónica del acontecimiento: "La llegada de la comitiva oficial a la ceremonia del Palenque estuvo llena de exotismo. Varios guerreros en taparrabos recibieron a las autoridades lanzas en ristre mientras un par de ellos, encaramados en los tabiques del palco de honor, anunciaban al público la inminencia de los dignatarios soplando a través de enormes caracolas." De semejante guisa, añade el texto, suben al escenario las autoridades y se produce "un nuevo sobresalto cuando otros dos guerreros, con violentos gritos, les salieron al paso desafiantes". Folclore, en fin.

Habrá quien diga que bueno, que los Mares del Sur no cuentan como ejemplo de que la gente está fatal. Pues a ver si cuenta esto: el 17 de agosto, este periódico publicaba un reportaje sobre el Jardín del Guadalquivir bajo el título Área reservada, que comenzaba así: "Ignorado por el público durante el día, en el Jardín del Guadalquivir se dan cita por la noche parejas que buscan intimidad, voyeurs, onanistas, visitantes que tratan de acallar en el silencio los efectos de borracheras descomunales, gamberros y el personal que tiene la ardua tarea de vigilarlos a todos." El relato no puede ser más descorazonador. En uno de sus pasajes se cuenta que había un fulano que iba allí todas las noches a mirar a las parejitas y a tocarse, el muy guarro, hasta que hartos del asunto lo trincaron, le quitaron el pase de temporada y lo echaron de allí. Pero es que el pájaro en cuestión siguió yendo (se entiende que pagando su entrada cada día, que eso sí que era una pasta y no el Colgate).

¿Está fatal o no? Pues suma y sigue: Dante llega a coger la reacción popular del gentío a la presencia en la Cartuja de una de las reinas del culebrón hispanoamericano, el día 19, y lo que escribe se lo quema la Santa Madre Iglesia en una de sus noches de San Juan. Vaya turbamulta. Ella, la estrella, era Lupita Ferrer, que interpretaba en el serial Cristal el papel de Victoria Ascanio, la madre atormentada que arrastrara a miles de españoles en su agonía, según descripción de este diario. El Correo tenía muchísima gracia contando las cosas. Y además, tomaba postura. Estaba vivo como él solo. Un ejemplo (que encima, viene a servir también como demostración de más para la tesis de lo mal que está la gente), el breve titulado Esas costumbres tan catetas. Decía así: "El furor por la motorola, ese instrumento que se prodiga tanto entre los yuppies catetos que se exhiben en el World Trade Center, lejos de decrecer, aumenta. Algunos ya no se conforman con llevar un teléfono portátil, sino dos", criticaba el reportero tras haberlo visto con sus propios ojos. Que, a decir verdad, visión de futuro no tenía mucha.

Otro asunto: ¿Coge algún rebote Pau Gasol? Pues eso no es nada comparado con el que cogió el arzobispo Carlos Amigo el día 13, cuando empezó a largar por esa boca acerca de la Cabalgata de la Expo, una "burla de la religión", según dijo, por criticar símbolos religiosos. Estuvo el hombre mordiéndose la lengua para no decir más de la cuenta, pero soltó que si no se había presentado una queja formal había sido para tener la fiesta en paz, y que de todos modos la Expo demostraba su "mal gusto" al permitir este tipo de ataques sin sentido. Y más: lamentó ante la prensa que en toda la Cartuja no hubiese un sitio donde dar misa para los visitantes, cosa que bien podría haberse organizado en el Monasterio, en su opinión. Habrá quien piensa que nadie iba a ir a la Expo a escuchar misa. Quien diga eso se habrá saltado el párrafo donde se contaba que había quienes tomaban chocolate con churros a las tres de la tarde en pleno verano. En la Expo había gente para todo. Más pruebas: 600 personas se habían tirado ya del Bungy Jumping, la grúa de hacer puenting, a razón de 5.500 pesetas el acto suicida. Explicaban los organizadores que eso de tirarse de cabeza a un abismo con una cuerda amarrada a los tobillos era una manía ancestral de los isleños del Pacífico Sur, y servía para demostrar la virilidad. Lo cual se podría comprender si la cuerda estuviese atada a otro sitio, ¡pero a los tobillos...! De lo más que puede dar prueba es de tomar Danone rico en calcio. Pero hay cosas tan inveteradas...

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