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El colegio concertado de Málaga que niega la identidad de género a una niña saca a la luz el difícil encaje de los menores en la futura ley de transexualidad. PSOE e IU discrepan sobre el papel que debe jugar la sanidad

el 27 oct 2013 / 22:30 h.

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recorte"Todo el mundo tiene derecho a la autodeterminación de género". Este es el principio sobre el que se sustenta la futura ley andaluza de transexualidad, que lleva tramitándose año y medio pero no termina de llegar al Parlamento. Es una expresión extraña, porque mezcla un concepto político con la identidad de género, como si la ley viniera a defender el derecho de uno mismo a independizarse del sexo biológico con el que ha nacido. Lo que suele decirse es que un niño está encerrado en el cuerpo de una niña, o al revés. Muy por debajo de este sustrato ideológico y del argumentario político que lo rodea se encuentran los tres menores transexuales de Málaga a quienes sus colegios les negaron su identidad de género. A esas edades, 6, 8 y 9 años, la sexualidad de un crío ya está definida, dicen los expertos. Las escuelas tienen la posibilidad de interferir en la identidad de género de sus alumnos con actitudes muy concretas, como impedir que un niño que se siente niña cambie su nombre por el de una chica, que entre a orinar al cuarto de baño de sus amigas en vez de al servicio de los niños o que use uniforme escolar con falda en lugar de pantalones... Parecen detalles superfluos, pero a esa edad sirven como potentes rasgos de identidad sexual, y así lo reconoce el protocolo de actuación para estos casos en las escuelas andaluzas. Por eso no era necesario que la ley de transexualidad estuviera en vigor para que la fiscal andaluza de violencia contra la mujer haya decidido abrir una investigación que determine si un colegio concertado (el San Patricio, dependiente del Obispado de Málaga) está “discriminando” a una niña transexual, o que la Consejería de Educación haya dado instrucciones al centro para que trate a esta alumna con la identidad que siente. Hace pocos días la Fundación Diocesana se reunió con la madre de la menor para hacerle ver que no permitirá “que un niño se comporte como si fuera una chica”. La dirección del centro dice mirar también por el resto de familias, y muchas de ellas no ven con buenos ojos que “un niño utilice el uniforme femenino del colegio”. “Hay un interés por llamar la atención contrario a la convivencia” del centro, se quejaron los padres en una carta remitida a la dirección. “No se puede poner patas arriba un centro a causa de lo que puede acabar siendo un mero capricho infantil”. La delegación de Educación en Málaga también se ha reunido con la familia y con representantes del colegio católico. La Archidiócesis alega que sin resolución judicial no dará su brazo a torcer, y la Junta ha remitido el caso a la Fiscalía para que denuncie a la escuela. Si se produce esa denuncia, Educación contempla dos escenarios: abrir un expediente administrativo al centro y amagar con la retirada del concierto. La transexualidad en menores es un asunto complejo sobre el que no hay consenso médico ni judicial ni político. Asimilar que un niño de 6 años siente que su cuerpo no le pertenece significa que, en el medio plazo, podría entrar en un tratamiento de hormonación (a partir de los 16 años), y de cirugía de cambio de sexo (a los 18). El dilema es: ¿qué hacen los poderes públicos cuando un niño tan pequeño manifiesta que es una niña y sus padres lo defienden? ¿Disuadirlo? ¿Reorientarlo hacia el sexo con el que nació, porque es muy pequeño para entender lo que significará física y emocionalmente ese cambio? ¿O facilitar los cauces legales, culturales y clínicos para que consume su transformación? COMIENZO CURSO Ni siquiera los socios de Gobierno, PSOE e IU, logran ponerse de acuerdo en este punto de la ley de transexualidad. La diputada de IU que tramita el texto, Alba Doblas, tiene una posición muy próxima a los colectivos de gays, lesbianas y transexuales: “Ser transexual es algo que debe decidir la persona en cuestión, no un médico. Todo el mundo debe tener derecho a la autodeterminación de su cuerpo. A los 5 años un niño sabe si vive dentro de un sexo equivocado. Le asignamos el sexo en función de sus genitales, pero la identidad sexual es cerebral”. Doblas cree que ahora la política sanitaria andaluza está enfocada a “reorientar al menor transexual hacia el sexo con el que ha nacido y disuadirle de su identidad de género”. Hace unos días, al ser preguntada por el caso del centro de Málaga, la titular de Salud, María José Sánchez Rubio, pidió “tratar el asunto con mucha exquisitez” y añadió un matiz complejo: “Nosotros a los menores no le llamamos transexualidad, sino identidad de género”. DIAGNÓSTICOS // En el argot clínico, a la discordancia entre la biología y la identidad sexual se le llama disforia de género, un concepto que el colectivo transexual rechaza porque no se consideran enfermos. Una de las premisas de la futura ley andaluza será “despatologizar la transexualidad” (dejar de tratarla como una enfermedad) para lo cual se exige eliminar el examen psicológico y el diagnóstico previo que ahora es obligatorio antes de someterse a la hormonación. En España existen nueve Unidades de Trastornos de Identidad de Género (UTIG), la andaluza se encuentra en el hospital Carlos Haya (Málaga) y fue la primera en incorporar los tratamientos hormonales y quirúrgicos y la atención psicológica previa. En los últimos cinco años se ha triplicado la demanda de padres para que valoren a sus hijos pequeños en estos departamentos. Pero las familias no llegan directamente a esta unidad, antes acuden a sanidad infantil –Pediatría, Endocrinología o Atención Primaria– donde realizan un informe y les derivan a la UTIG de Málaga. Los síntomas a edad tan temprana son múltiples, pero Pediatría no tiene potestad para decidir si son determinantes, es decir, si un niño es transexual. El crío se identifica “de forma intensa y permanente (más de seis meses) como perteneciente a otro sexo distinto de su anatomía”. Los niños biológicos consideran que el pene y los testículos son horribles, creen que desaparecerán con el tiempo y que de mayores serán mujeres. Las niñas biológicas creen que les crecerá pene e intentan orinar de pie. Los primeros tienden a llevar pelo largo, y las segundas corto. Un niño biológico utiliza juguetes femeninos, se pone vestidos de niña y pide que le llamen con un nombre de chica. Pero también sufre problemas de adaptación con su entorno, o porque sus padres no entienden qué ocurre o porque sus amigos se burlan. Puede llegar a sufrir pesadillas, tics nerviosos, mearse en la cama, sus resultados académicos empeoran, no querrá ir a la escuela y podría tener impulsos autolesivos... Los expertos dicen que la evolución es muy variable: “En numerosos casos el problema remite poco a poco, en otros acaba conectando con una situación de transexualidad adolescente-adulta; hay casos que evolucionan como travestismo y en otros hacia la homosexualidad o la bisexualidad adulta”, escribe el catedrático de Psicología de la Sexualidad de la Universidad de Salamanca Félix López Sánchez, uno de los mayores expertos sobre orientación sexual en la infancia de España. Con estos síntomas patentes, una familia con un hijo de 6 años entra en el despacho de Juana Martínez Tudela, especialista en psicología clínica de la UTIG de Málaga. Ella se encarga del diagnóstico previo, tiene que aprobar o rechazar el proceso de hormonación si el chico tiene ya 16 años, incluirle en la lista de espera para cirugía e iniciar los trámites para modificar el sexo del DNI. Tudela dice que lo más complejo es clarificar la identidad de género en menores de 12 años, cuando ni siquiera han llegado a la etapa de desarrollo físico y emocional. “El 84% de niños menores de 12 años ha experimentado disforia de género, y cuando llegan a la pubertad esos cambios desaparecen y sólo persiste un 15%”, dice Tudela, citando el informe de 2013 del University Center Medical de Ámsterdam. “Aquí no hacemos predicciones. Hay que escuchar a los padres y al pequeño. Existen unos criterios mínimos para atender la transexualidad en menores, y nos guiamos por esos criterios consensuados por la Asociación Mundial de Profesionales para la Atención y Cuidado de Transexuales (WPAH en sus siglas en inglés). Cuando son muy pequeños, como es el caso de Málaga, “se recomienda no fomentar algunos comportamientos, sobre todo en lo social, porque si remite esos niños se van a encontrar con un serio problema de adaptación. No podemos alentar un cambio de sexo con 6 años, cuando el menor está a punto de experimentar una transformación drástica como la pubertad, que lo cambia todo”, dice Tudela. Pareja de transexualesCada caso es un universo. Influye la persona, la familia, el entorno y otros miles de factores. Pero se tiene muy en cuenta la edad. “A priori no alentamos la transición de género en un menor. Si los padres ven que su hijo sufre malestar por no reconocerse en su cuerpo, pueden permitirle comportarse de otra manera, pero en ambientes cerrados y en privado, para evitar la hostilidad del entorno social. La mayoría de los padres entienden que se trata sólo de una etapa del desarrollo del niño, pocos abanderan la decisión de cambiar de género”, dice Tudela. Ahora los responsables de la UTIG se saben en el punto de mira, siguen con atención la tramitación de la ley de transexualidad, y dicen compartir su filosofía, pero con matices. “El principio de autonomía sobre el cuerpo está por encima de todo. Lo complejo aquí es pedirle a un tercero, los médicos, que hagan lo que yo quiero. No se puede hacer una sanidad a la carta, existen protocolos”, advierten. Volvemos al principio: no hay consenso en el ámbito académico. Asociaciones de transexuales como ATA o Conjunto Difuso denuncian que la UTIG de Málaga “se guía por protocolos obsoletos y caducos”. “Exigir un diagnóstico a los transexuales vulnera los derechos humanos”, reitera Mar Cambrollé, presidenta de ATA. El colectivo se remite al catedrático López Sánchez, que considera un crimen frenar la evolución de la transexualidad en los jóvenes. Pero López también distingue entre la edad prepúber y la adolescente. “En la adolescencia, habiendo tenido o no un problema de identidad en la infancia, una pequeña minoría están convencidos de que su anatomía sexual es un grave error. Si esto dura al menos dos años, la probabilidad de que se trate de una transexualidad estable en la edad adulta es muy grande. La estrategia en este caso no puede ser la de la “espera comprensiva”, y menos el rechazo y el castigo, sino la aceptación y la búsqueda de ayuda profesional”, escribe. La ley andaluza de transexualidad parece haber superado un rubicón, aunque el escepticismo de Salud aún está ahí. Dos artículos complican la aprobación del texto: la descentralización de los tratamientos hormonales, que ahora sólo se consiguen en Málaga; y el trato a los menores transexuales en el ámbito educativo y sanitario. La ley plantea una fase de apoyo psicológico a los padres de menores de 12 años; y ya en la pubertad, pretende facilitar el uso de bloqueadores inyectables, que frenan el desarrollo secundario (que una niña no desarrolle mamas ni menstruación, que a un niño no le salga la voz grave ni vello en el cuerpo...). Cambrollé dice que el efecto es reversible, que no tienen contraindicaciones y que si se suspende el tratamiento seis meses, su efectividad desaparece. En la sanidad andaluza ya se usan para frenar la menstruación prematura en niñas de 6 o 7 años. Problemas del sexo en la escuela La identidad de género es un concepto de difícil asimilación en la escuela. Con el caso de Málaga, la Fiscalía Superior ha tardado poco en abrir diligencias contra el colegio, pero no hace tanto que el TSJA eliminó el término “identidad de género” del articulado de Educación para la Ciudadanía por considerar que invadía “la libertad moral y religiosa de los niños”. Del rechazo que suscitó la asignatura nació la expresión “ideología de género”, acuñada por los jueces, y luego reproducida por un amplio arco de la sociedad conservadora. Obispos, algunos medios, miembros del PP y entidades pro-familia tradicional utilizan la expresión, no reconocida por la Academia de la Lengua, para denostar cualquier variante al patriarcado (familia monoparental, matrimonio gay...). Cualquier tipo de familia distinto al tradicional fue barrido de la asignatura por el TSJA y luego repuesto por el Supremo. La ley Wert ha fulminado tanto el contenido como la asignatura.

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