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Su avance no admite miedos

Carolina acude cada día sola en transporte público desde Tomares a su trabajo en la lavandería del hotel Alfonso XIII. Sus padres y su jefa le dan la autonomía que necesita para evolucionar.

el 22 mar 2014 / 00:25 h.

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Carolina, en el hotel Alfonso XIII, donde trabaja en la lavandería. / Pepo Herrera Carolina, en el hotel Alfonso XIII, donde trabaja en la lavandería. / Pepo Herrera Cada noche, antes de acostarse, Carolina abre una cajita que tiene en su cuarto donde sus padres le dejan el dinero semanal que va a necesitar para los gastos de transporte de ir al trabajo en vez de «dárselo cada día contadito». Usando su propio sistema de cálculo, separa lo que le cuesta el billete del bus y el metro de la ida, que llevará preparado en el bolsillo por la mañana. Y envuelve en papel de plata el de la vuelta. Es tan meticulosa y ordenada para estas pequeñas rutinas como en el trabajo que desde hace dos años desempeña en la lavandería del hotel Alfonso XIII, a donde acude sola desde su casa en Tomares, primero en autobús hasta la estación de Metro de San Juan Alto y de ahí en el suburbano. Carolina tiene 39 y forma parte de ese caso de cada mil nacimientos en el que una alteración genética en el cromosoma 21 provoca la discapacidad intelectual más frecuente. Ayer se celebraba el Día Mundial del Síndrome de Down, que en Andalucía padecen unas 7.500 personas. Carolina lo celebró haciendo lo que más le gusta, acudiendo puntualmente a su trabajo, una oportunidad laboral que es la principal aspiración y dificultad de este colectivo. Su puesto en el Alfonso XIII no es la primera experiencia laboral de Carolina. Antes trabajó como reponedora en un supermercado y haciendo fotocopias en una papelería. Llegó al hotel haciendo prácticas en un curso de Formación y Orientación Laboral al que la apuntaron sus padres, incluso sacándola del ballet en la compañía Danzamobile que tanto le gustaba, porque «la danza no iba a ser para siempre y ella tenía que tener una ocupación para ganarse la vida», explica Virginia, su madre. No solo no echa de menos el ballet sino que «con el cariño que le tenía a la danza, aquí es donde la veo más feliz, y para nosotros es una tranquilidad, ya no por el aspecto económico sino porque tiene que tener ocupada su vida». Carolina cuenta que acude al trabajo «de once a tres». Lo primero que hace es cambiarse para «ponerme el uniforme» y su trabajo consiste en «recoger la ropa de las habitaciones, la limpieza y el planchado» de ésta. Pero en realidad lo que más le gusta es «trabajar en la oficina». Su madre explica que «tiene adoración por su jefa y cuando no hay trabajo en la lavandería, la manda ordenar papeles y archivar cosas y ella disfruta de estar donde está su jefa». Los padres están especialmente contentos con la jefa de su hija porque «sin nosotros meternos, porque hemos querido intervenir lo menos posible, ha seguido la misma línea de educación que nosotros hemos usado y que no queríamos que se cortara, evitar la sobreprotección, porque ella ha avanzado porque nosotros nos hemos comido los miedos». Por eso cuando Carolina dijo que ella quería ir al trabajo en Metro en vez de en autobús «donde todos los conductores la conocen ya», sus padres accedieron pese a que los primeros días lo pasaron mal «pero es que tarda media hora menos y además con el móvil, nos llama cuando coge el primer bus, cuando coge el Metro y cuando llega al hotel». Del mismo modo, cuando un día vino con una quemadura de la plancha, no llamaron al hotel. Fue su jefa la que les llamó a ellos para decirles que no se preocuparan que nunca la haría correr riesgos pero que esos percances tenía que pasarlos para aprender como aprenden los niños pequeños a no acercarse al fuego. «Ahí dije chapeau por esta mujer, es justo lo que nosotros hemos hecho siempre. Ella aprendió a montar en bici y se cayó como sus hermanos –es la mediana de tres–, a nadar, se rompió un brazo con el monopatín de su hermano como se lo podía haber roto él», explica. La clave para su madre es que «tiene libertad siempre con control nuestro pero sin que se dé cuenta» y reconoce que junto a su marido están «orgullosos de cómo hemos conseguido que evolucione Carolina, porque le hemos dado autonomía», sobre todo después de que al nacer les dijeran que apenas duraría un año y que al llegar a la pubertad sufriera una grave cardiopatía que finalmente superó (son patologías habitualmente asociadas al Síndrome de Down). «Cuando ha habido que castigarla lo hemos hecho, sus hermanos se negaban porque están muy unidos y de pequeños decían que a ella no, que no es como nosotros, pero había que hacerlo. Casi han sido más sobreprotectores los hermanos con ella que nosotros». Carolina reconoce estar «muy contenta» en el trabajo y llevarse muy bien con «sus compañeras». No es tímida, pero sí consciente de sus dificultades para expresarse verbalmente, no superadas del todo aunque muy mejoradas gracias al trabajo de logopedia. Por eso, «le da mucho coraje que no la entiendan», dice su madre, y limita la conversación a respuestas concretas y directas cuando no logra hacerse entender a la primera. Da igual. Su capacidad de trabajo habla por ella.

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