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Su reino sí es de este mundo

El popular cantante de sevillanas estrena disco y recogerá el próximo jueves la Medalla de Oro que le otorga la Diputación.

el 19 may 2013 / 17:32 h.

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Los rumberos y ¿sevillaneros? están llamados a organizarse. No puede ser que todos los laureles vayan a parar a los flamencos. Estos tienen bienales, festivales, muestras, ciclos, agencias que los contraten y hasta la reverencia de la Unesco. ¿Los otros?Las casetas y ferias de los pueblos. Mientras deciden cómo orquestar su folclórica revolución, algunos por el camino han conseguido caer bien a los poderes fácticos. En realidad, José Manuel Rodríguez El Mani, siempre ha caído bien a todo el mundo. Es un mérito que no conviene desdeñar. La Diputación de Sevilla celebrará el próximo 23 de mayo la novena edición del Día de la Provincia y es en ese acto donde el cantante de Gines recibirá la Medalla de Oro que acreditará a este vocero del Aljarafe como la voz más autorizada y reconocible de buena parte de la provincia. maniEl Mani siempre ha sido propiedad de esta tierra. Más. Forma parte del acervo popular y cultural de al menos dos generaciones de sevillanos. No logró urdir un pelotazo como para poner a los japoneses a bailar pero con Candela, candela a punto estuvo de conseguirlo. Y ahí sigue, tan necesaria como siempre, puro himno de feria y romería. A algunos romeros se les congela la circulación nada más que arrancan los primeros acordes y, lo mejor para su gloria, a muchos que ni les van ni les vienen los peregrinajes devotos también les suena aquella copla a gloria. Tiene que ver que Tate Montoya escribiera aquel tema y que fuera dando tumbos hasta que nuestro perfilado decidió que allí no había petróleo, pero sí maravedíes a raudales. Pero hubo un antes y un después al tema que le hizo poseedor de un disco de platino. Todos creen que El Mani siempre ha estado ahí, inconfundible, insustituible, a pique de enchufar la radio y ¡zas! escucharle entonar una rendida tonada marismeña. El antes dibuja a un José Manuel que, mejor ruiseñor que estudiante, ingresó en el coro de la hermandad del Rocío de Gines. Allí descubrió que sus arrebatos solistas eran demasiados como para constreñirlos entre tanta voz, pero también supo que, ¡quién iba a decírselo!, aquel adolescente sonrosado un puntito rebozón era un animal de escenario. Que con una camisa de rayas de Cortefiel, un pantalón de pinzas y un movimiento de micrófono de allá pa’acá, de pa’cá pallá era capaz de inocular eso tan químico y gozoso que es la felicidad. A partir de ahí su carrera se puso a galopar:Se me olvidó tu adiós, Amor que tuvo su tiempo, Al son, Adelante... todos ellos con Senador, esa escudería discográfica genuina cuyas producciones resultan tan rematadamente sevillanas que lo mismo da que da lo mismo asomarse a la Giralda que contemplar un stand de gasolinera con los rutilantes discos de Las Carlotas, Ecos del Rocío o Medina Azahara. El después del Mani es su ahora. Porque esto no va de una medalla, un aplauso con el respetable en pie y un hasta luego, gracias por la música. Lo suyo son 25 años en el escenario y subiendo. Tanto que hace sólo unos meses sacó adelante un nuevo álbum,Con poderío, título autobiográfico como ninguno, y propuesta que retrata a un cantante con su mijinina de renovación. Ya no sólo son sevillanas, también versiones de hits como Yo soy aquel de Raphael y Gwendoline de Julio Iglesias. Pero son más cosas aun; como los conciertos que ha dado y que dará, como su recital a mayor gloria en Fibes el pasado mes de abril. ¿Lo lógico?Hasta cierto punto. Porque El Mani las ha pasado canutas. Una fusión indeseable entre diabetes e infección de peregrino rociero acabó con el artista tres veces en el quirófano. Con cada nuevo ataque del bisturí los dedos del pie iban menguando, así hasta acabar volatilizando la extremidad. Un golpe no, un golpetazo, pero insuficiente para doblegar a un tipo cuyo sentido del humor parece incombustible y que acepta encantado el saber cómo su nombre y su ser ha originado un aluvión de expresiones con guasa. Recuperado de la pesadilla, El Mani sigue arriba, en las tablas, cantando lo nuevo, lo de en medio, y lo viejo que ya es clásico. Ahora le llueve del cielo un premio pero él, como otrora Umbral, ha venido a hablar de su música, de sus temas, de su universo, que es pequeño, y que nunca necesitó adobar con delirios de grandeza. Si se le pregunta por lo personal, El Mani no resulta especialmente original:“Ver crecer a mis hijos y que estén más o menos situados, disfrutar del público”, dice pensando en el mañana. Quizás uno de sus encantos anide en ser “una persona absolutamente normal”, que eligió un día pelear para convertirse en hilo musical de las ferias. Desengáñense, no hay mito alguno a su alrededor. El Mani está en Gines, en su parroquia, en sus calles, con su gente. No hay más vuelta de hoja. Su reino sí es de este mundo. Y en él, por modesto que se nos antoje, vive a gusto.

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