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Temblor en el más puntual de los rituales

el 17 abr 2011 / 20:20 h.

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La Hermandad de San Roque en su camino a La Campana.

La parroquia de San Roque es un oasis en el calor que a las cuatro de la tarde abrasa la Ronda del cielo al suelo, del sol radiante al asfalto hirviendo. El frío asciende de suelo de mármol de una iglesia en penumbra donde, mucho antes de la salida, los hermanos están ya ordenados por tramos en las naves laterales. En la del centro, nazarenos y costaleros se dan los últimos abrazos ante el impresionante retablo de madera oscura que preside el templo.

A las 16.45 en punto se abren las puertas, se oyen los sones del órgano y los nazarenos comienzan a salir mientras un grupo de capilla interpreta Perdona a tu pueblo.
Pero en la hermandad de San Roque, todo orden, todo previsión, este año se escapa un temblor cuando se quiebran las rutinas y la cofradía se vuelca con su teniente de hermano mayor, Francisco Javier Fernández-Palacios, más de medio siglo en la cofradía, que atraviesa un bache de salud. Cuando Nuestro Padre Jesús de las Penas se prepara para salir el capataz, en voz baja, con la cara pegada al respiradero, anuncia casi en privado a los costaleros que Fernández-Palacios dará el último golpe de martillo de la primera levantá: le dedicarán la estación de penitencia como gesto de cariño.

Ante sus ojos, el paso se levanta de golpe e inicia una salida en la que todos los ojos de la plaza Carmen Benítez están puestos en el remate de la cruz del Nazareno, que casi roza el dintel. La brillante y barroca canastilla, adornada con claveles rojo intenso, va saliendo a pasos cortos -"siempre muy cortito aunque lo tenga que repetir seis millones de veces", dice el capataz- y refulge cuando el sol inunda la perfecta combinación de dorado y rojo, pero todos contienen la respiración hasta que el remate de la cruz, también dorado, se libera del dintel, deja atrás las sombras del templo y empieza a brillar iluminado por la luz del día.A sus espaldas contemplan la imagen tres tramos de penitentes y nazarenos ya ordenados.

Desde allí sólo pueden oír los aplausos cuando el paso vira para saludar en la cercana capilla de Los Negritos. "¿Ya podemos salir?", pregunta un pequeño nazareno a su padre, nervioso porque sus primos ya están fuera. "Estamos todavía encerrados", protesta, pero el padre lo anima a ponerse ya el antifaz para salir y las quejas cesan.La levantá del palio corre a cargo del pregonero, Fernando Cano-Romero, que dedica también la salida a Fernández-Palacios. La Virgen de Gracia y Esperanza abandona su refugio y sale brillando a las calles ardientes. Luce pequeñas rosas color champán. Tras ella sólo quedan en el templo cinco o seis personas, una de ellas el teniente de hermano mayor: este año no podrá acompañarla, pero se lleva en el regazo un regalo de rosas color champán.

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