La invasión se aplaza. JavierSardà no volverá a conquistar el mundo televisivo este mes, como se daba por hecho. Mas contenga su alborozo la resistencia, porque el Rey de Marte regresará (parafraseando a H.G. Wells en su novela La Guerra de los Mundos) "lenta pero inexorablemente". Lo hará a su pesar, es curioso. El primero que parece sentirlo de todo corazón es el propio Sardà, un pesimista con revestimiento de cómico que casi ha conseguido disimular su fastidio vital detrás de esa sonrisa suya de cautivar a abuelas; su escepticismo, detrás de su colección de muecas joviales y miradas estudiadísimas; su mal humor, tras su buen humor. Sardà es un ganador que sabe que acabará perdiendo y no lo soporta: primero, como le sucede a todos los de su especie, perderá el éxito (de lo cual es tremendamente consciente según las pocas entrevistas que concede), y luego se morirá como todo el mundo, que es ya la pérdida definitiva, la inapelable, la peor de todas y cuya certeza lo ha conducido de cabeza hacia los espectáculos de risa y de buen rollo: "Pasarlo bien" es su lema. Pura filosofía existencialista que también oculta algo: su melancolía demanual. En el fondo, Javier Sardà siempre será un gallifante, lo sepa o no. Para muestra, un botón: una noche, agonizando ya sus Crónicas Marcianas, le dio tal ataque de aburrimiento espiritual que acabó el programa desquiciando a todos sus colaboradores, enfadando a su tierna criatura Boris Izaguirre y haciendo que Carlos Latre, ataviado de mamarracho como tenía por costumbre, pegase unmanotazo en la mesa y casi se echase a llorar de rabia. El showman catalán se mordió el labio y despidió ipso facto el programa con una sonen ese momento acababa de decidir que se cargaba para siempre Crónicas Marcianas. Él nunca lo ha reconocido, al menos que se sepa, pero no había más que verle la cara para comprender que aquello era un portazo en toda regla. Un adiós. Tras la estruendosa voladura de su programa más exitoso, el presentador desapareció un tiempo y cuando volvió a vérsele se había dejado la barba y andaba de viaje por ahí con algún amigote, socapa de que era para la tele. Dutifrí, decía. Y con barba, hum... Hay muchas formas de suicidarse y de vivir para contarlo. Es probable que, por esas fechas, el periodista recordase con nostalgia sus días de radio en los ochenta, aquel tiempo en el que le bastaba con dejarse la voz para pasar inadvertido en la calle, que es lo que más le gustaría ahora y lo que más a menudo reprocha a su estrellato, salvo a la hora de pagar facturas. Así era; en Radio Nacional se dejaba la voz corta o larga, según quisiera ser él mismo, o nadie en particular, o el Señor Casamajó. Qué habrá sido de ese don Jordi, de ese airado contable jubilado que nació con 84 años y bastante retranca, de esa creación que siempre será lo mejor que haya hecho en su vida Javier Sardà, haga lo que haga de ahora en adelante, pues así de injusta es la genialidad. En realidad, para Sardà todo forma parte de la misma gran faena cósmica, que es la muerte en todas sus vertientes, como no se cansa de decir: la decrepitud, la inutilidad de toda proeza, el timo de la posteridad... Tan inquietante le resulta el fenómeno a este descreído que el año pasado hasta escribió una novela sobre el caso: Eros, Thanatos y su puta madre. Trata de un mundo paralelo habitado por los que han muerto, caso de Carmen Polo. Muy Crónicas Marcianas. No en vano se lo editó Planeta. Su web no oficial describe a este genuino personaje (a Sardà, no a Carmen Polo) como impaciente, tozudo y exigente; alguien con debilidad por la ropa vaquera, por el azul, por los huevos fritos y el chocolate, por sobrevolar la Cerdanya en avioneta, por perderse en París, por su tren eléctrico... También es un tipo leal (no hay más que ver que está con Gestmusic como Mateo con la guitarra), pero eso bien que se lo callan sus detractores, que prefieren meterse con él antes que cambiar de cadena. De Javier Sardà se han dicho muchas estupideces, a cual mayor. Poco menos que monstruo, lo han llamado por envidia. Menos mal que a él todo eso le entra por una trompetilla y le sale por la otra.