Soy de los que suelen afirmar sin despeinarse que "nada bueno acompaña casi nunca a un remake": Ni suelen ser capaces de aludir a un cierto sentido de la nostalgia en aquellos que vimos la cinta original en su momento (más que nada porque si nos sentimos con ganas de recordar sólo hay que tener un reproductor y una copia de la cinta en cuestión), ni plantean una propuesta tan novedosa que sea lo suficientemente sólida como para apartarse de los esquemas de aquello a lo que rehace.
Pero, muy de cuando en cuando, uno de estos remakes que tanto han arraigado en Hollywood en los últimos tiempos, sí que logra alzarse por encima de la media y, en esos casos, tampoco me preocupa el hecho de tener que admitir que mi categórica afirmación alberga margen para el error. Y ese, como podrán imaginar (más que nada porque, de no ser así, menuda pérdida de tiempo sería todo lo que acaban de leer), es el caso de este nuevo Karate kid, una cinta que, salvando el escollo que supone su excesiva duración, se erige como digna sucesora de un filme que supuso en su momento un hito importante para toda una generación.Apartándose lo suficiente como para no ser un calco de lo que el guión de la película de Advilsen planteaba, este nuevo Karate kid se beneficia sobremanera, al igual que su antecesora, de la química que el realizador es capaz de extraer de la pareja protagonista, unos Jaden Smith y Jackie Chan que sustentan la práctica totalidad del metraje con un ejemplar temple. Al primero ya se le ven muchas de las enseñanzas que su padre seguro ha inculcado en él, habiendo heredado de su progenitor un carisma que resulta fundamental en el devenir de la cinta. Pero es el segundo, el que sorprende a propios y extraños con la que es (sin duda) la mejor interpretación de su carrera.
Entre ambos y un plantel de secundarios correctos (del que sobraría la irritante presencia de la madre del protagonista), The Karate kid sabe como mantener la intriga, incluso para aquellos que adivinen de antemano cómo discurrirá la historia, algo nada complicado si se tiene en cuenta que los últimos veinte minutos son casi iguales a aquéllos que, un mes de noviembre de hace veintiséis años, encandilaron a incontables adolescentes.
