Por fijar la situación, con los mismos argumentos que puede usar Lopera (que, de hecho, usa): es cierto que, en las últimas cinco o seis décadas, el Betis ha sido históricamente un equipo ascensor. Se ha ido moviendo entre dos aguas, entre categoría y categoría. Y Lopera podrá intentar galopar sobre este argumento, pero ni puede ocultarse sobre él, ni, como Jesucristo, caminar sobre las aguas o arenas movedizas de lo que es ya un lastimoso desastre. Sólo los buenos resultados del equipo (en Segunda) habían ido maquillando la convulsión de un club y una masa social fracturados.
Pero ahora, el que se desploma ruidosamente, es el mismo equipo, el proyecto de Tapia. O lo que sea. Por mucho que se quiera esgrimir la baja de Sergio García y seguir más allá con las de Damiá, Juanma y Nacho, lo único que el equipo (o lo que sea) del Betis ofreció ayer en Castalia fue impotencia sobre impotencia. Este equipo, o lo que sea, no está capacitado para aspirar al ascenso. Tres puntos totales ante Cartagena, Rayo, Real Unión y Castellón no son alerta roja. Es como un ataque en regla contra las Torres Gemelas de este Betis, Lopera y Tapia.
El Betis no existió en Castalia, como tampoco ante el Real Unión, que mereció de sobra ganar en Heliópolis. En sí, lo más grave no es la derrota. Quizá sea lo de menos. Más importante y tenebrosa fue la sensación de impotencia. Un Betis desarticulado y roto dio la impresión de que no hubiera marcado un gol en 200 o 300 minutos. En estas circunstancias, y a estas alturas, el 1-0 para el Castellón da casi exactamente lo mismo que hubiese dado el 0-0. Sencillamente, el Betis no tenía ideas o medios para marcar gol al Castellón, colista de la Liga Adelante, con cara y ojos de Segunda B. Y el resto son zarandajas, lo diga Agamenón o su porquero. Crisis sobre crisis, sobre crisis. ¿Tiene Lopera una solución para este desastre? Y, más allá, ¿se ha formulado el mismo Lopera, sinceramente, esta misma pregunta...?