Caprichos del tiempo **** Escenario: Teatro Lope de Vega. Bailaora: Isabel Bayón Cante: David Lagos y Miguel Ángel Soto El Londro. Guitarra: Jesús Torres. Percusión: José Carrasco. Entrada: Lleno. La vi bailar la primera vez cuando era un comino. Y ya era una especie de Macarrona en miniatura. De eso hace ya más de treinta y cinco años. Hoy es toda una señora bailaora que ha sabido evolucionar hacia otra forma de bailar, acorde con los nuevos tiempos pero sin perder esencia. Es una gran clásica, pero cuando quiere puede ser, lo es de hecho, la más moderna de todas. Su última obra, Caprichos del tiempo, es como una gran lección de baile, y eso es muy difícil hacerlo en un escenario, sobre todo sin resultar fría, excesivamente cerebral o técnica. Solo una maestra como ella puede llevar a cabo tal hazaña y, además, llenándonos el alma de pellizcos, como hizo anoche. Fue un espectáculo de baile y de gran calidad. Sin embargo, el cante tiene un gran protagonismo, con dos excelentes cantaores, los jerezanos David Lagos y El Londro, artistas de sonidos muy distintos. Isabel Bayón bailó cada una de sus notas, de sus melismas, en una enorme complicidad con ellos y con los dos guitarristas, Jesús Torres y Juan Requena. Bailar bien es eso, que no se quede atrás ni un detalle del cante y el toque sin un adorno, una pose o un sencillo giro de muñecas. Luego están las miradas, los gestos, la conexión, la armonía de todo. El baile no es solo lucir el palmito y encandilar al público con trucos más o menos bien hechos. El baile flamenco es un viejo oficio y hay que conocerlo bien para merecer el calificativo de bailaora, de gran bailaora. La obra tuvo momentos maravillosos, de una calidad increíble. El principo, por ejemplo, con Isabel bailando una malagueña de Chacón cantada muy bien por David Lagos. En un cante despojado de su ritmo primigenio, pero de una enorme calidad musical. Y no es fácil bailar esa pieza. Luego hizo una farruca, pero no la farruca clásica, sino la suya, que me pareció toda una sinfonía de movimientos nuevos, una coreografía digna de ser recordada por su vistocidad y ausencia de virutas folclóricas, con una parte de guitarra añeja que evocaba los tiempos ya sepias de Sabicas y Montoya, y otra actual y fresca. Isabel, además, bailó con sombrero cordobés y la estampa fue de sombrerazo. Hubo también un tiempo para los alegres cantes de ida y vuelta, para la guajira, pieza en la que Isabel Bayón sacó un abanico y volvió a estar sensual y con una riqueza de pasos y unos gestos encantadores, para acabar besando a uno de los guitarristas, Jesús Torres, que además es su marido. Y a eso que suena la grandiosa voz de Manuel Vallejo en un disco de pizarra del año de la arriada. Seguiriyas que contrastaban con las de El Londro y David Lagos, portentoso en este cante y en todos. La Bayón es de las que hacen el ejercicio completo de los bailes, porque sabe y porque no se le ha olvidado. Volvió a sonar Vallejo por seguiriyas, en un cante de Manuel Molina al que le hizo unas cosas preciosas. Luego, con la emoción ya rebosando, apareció Antonio el Bailarín bailando en el Tajo de Ronda y la bailaora se meció en sus brazos para acabar con martinete. Una gran obra merecía un final grande. Tras enseñarnos un vídeo en el que bailaba de niña, acabó con unas alegrías envuelta en una preciosa bata de cola roja. Regresó a su infancia para homenajear a su maestra y a su madre, que estaba presente. Lo dicho: una magistral lección de baile.