A fuerza de repetirlo, parece que el mensaje subliminal subyacente va calando en el subsconciente social, siendo lo cierto de que nadie parece indignarse cuando en una campaña institucional de la Dirección General de Tráfico en favor del uso del cinturón de seguridad por parte de los menores, campaña que objetivamente merece todo mi elogio, resulta que se culpabiliza expresamente a un padre de que su hijo haya sufrido traumatismo craneoencefálico por no ponerle el cinturón, por supuesto la madre aparece sólo para mandar envenenadas e inquisidoras miradas de reproche hacia el padre maltratador. Porque un padre no sólo maltrata a un hijo dándole una paliza o una bofetada sino también no asegurándose que lleve correctamente ajustado el cinturón de seguridad en el vehículo.
La cuestión no debe parecer anecdótica, pues sólo habría que pensar en la reacción contra la campaña, cuyo contenido hubiera sido el mismo, si se hubiera hecho responsable de esa tragedia a la madre. ¡La hecatombe, el lobby feminista se hubiera escandalizado, exigido y obtenido la retirada del anuncio vejatorio y humillante para las mujeres! Porque las madres nunca maltratan ni consciente ni inconscientemente a sus hijos, los que lo hacen siempre son los padres, y ello pese a que según la versión de ese feminismo integrista son las madres las que más se ocupan de sus hijos, les trasladan al colegio y velan por ellos, mas no, es sólo el padre el que con su negligencia y torpeza congénita, terminan llevándoles al hospital. Ese es el mensaje subyacente, el que cala y es percibido por los ciudadanos y ciudadanas, que ya empiezan a replantearse la necesidad imperiosa, en un contexto de paridad, de remodelar la historia bíblica, pues el libro del Génesis es de un machismo intolerable que ha de ser objeto de redefinición por el nuevo régimen que impone sus credos y dogmas de Igualdad, Justicia y Libertad.
