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Todo respondió a lo que se esperaba

Los tres espadas mostraron una desdibujada impresión ante un encierro de fondo manso que sí echó tres toros con posibilidades.

el 22 sep 2012 / 20:54 h.

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El diestro, Manuel Jesús "El Cid" sufre un susto durante su primer toro en la primera corrida de la feria de San Miguel.
PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA DE SEVILLA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Alcurrucén, muy bien presentados. El primero, manso, tuvo buen fondo en la muleta; dócil y sin emplearse el segundo; de gran profundidad y calidad el tercero al que sólo le faltó repetir algo más en la muleta; distraído el cuarto; sosos quinto y sexto, éste más manejable.Matadores: Manuel Jesús El Cid, de esmeralda y oro, ovación y silencio.Sebastián Castella, de azul Negritos y oro, ovación tras aviso y silencio tras aviso.Daniel Luque, de pistacho y oro con los cabos negros, ovación y silencio.Incidencias: La plaza registró dos tercios de entrada en tarde muy calurosa. Se guardó un minuto de silencio en memoria del banderillero madrileño Félix Saugar Pirri, recientemente fallecido.


El resultado final del festejo no debió defraudar a casi nadie. Se esperaba poco y muy poco pudimos sacar en claro de esta primera corrida de San Miguel que congregó a una parroquia muy escasa en los caldeados escaños maestrantes -el calor sigue apretando en el estreno del otoño- mientras el personal seguía especulando con la comparecencia de Manzanares, que hará un titánico esfuerzo para estar presente esta tarde en Sevilla asumiendo muchos riesgos. Si somos sinceros, había un más interés por comprobar el momento de los núñez de la familia Lozano que verdaderas esperanzas en una terna que llegaba a la plaza de la Maestranza con una tibia temporada a cuestas. Y el caso es que los tres toreros sortearon un ejemplar que les habría permitido expresarse más y mejor en otro momento de sus carreras, especialmente con ese tercero de profundas y enclasadas embestidas que quedó inédito...

El Cid fue el encargado de abrir la tarde con un imponente castaño albardado -de la aristocrática reata de los músicos- que hizo honor a su sangre Núñez manseando en los primeros tercios y enseñando cierta flojedad que no fue a más. Pero el toro humillaba en los engaños y hacía cositas buenas que hacían albergar esperanzas para el último tercio. A pesar de desentenderse de los banderilleros hubo atisbo de cierta clase en los capotazos de la cuadrilla y El Cid -apercibido de ello- se expresó con cadencia en los hermosos doblones que abrieron su trasteo. Pero el diestro de Salteras, muy entregado toda la tarde, no logró encontrar el acople con la calidad de ese animal que tuvo más palos que tocar. Muy encima siempre, no acabó de cogerle el aire y para colmo sufrió una brutal voltereta al quedarse descubierto en el remate de una serie. Después del tremendo porrazo llegaron los muletazos más vibrantes y desgarrados pero a esas alturas ya era imposible levantar una faena que nunca logró despegar por completo.

La verdad es que el diestro sevillano no tuvo la suerte de cara y volvió a llevarse dos mamporros cuando trataba de echar abajo al cuarto de la tarde, otro mansito que se quiso quitar en palo en el caballo, navegó a la defensiva en banderillas, echó la cara arriba y esperó a los de plata. Pareció venirse arriba y El Cid se enfadó con él en las primeras series después de brindar a la escasa concurrencia. Hubo emotividad en las primeras arrancadas pero el espejismo duró poco, más allá de las cortas series iniciales antes de que las distracciones del animal terminaran de enfriar los ánimos del torero de Salteras.
El segundo en discordia era el francés Sebastián Castella que enseñó una inédita cadencia con el segundo de la tarde, un toro que no se empleó nunca y llegó a la muerte con el tanque lleno de gasolina. Pero el caso es que Castella logró gustar y gustarse en un puñado de muletazos lentos y templados que le reconciliaron en parte con una plaza que últimamente se le había puesto siempre cuesta arriba.

Los muletazos diestros al ralentí y un puñado de molinetes ligados fueron el breve oasis de una faena que se acabó deslavazando a la vez que el toro tomaba velocidad de crucero y se ponía andarín sin que el torero lograra pararle los pies para echarlo abajo. Entero como estaba, acabó doblando sin abrir la boca. Desgraciadamente, el Castella más mecánico y machacón volvió a hacerse presente con el un quinto que contagió su sosería rebrincada a su matador: monótono y aburrido, amontonando pases y más pases en una faena plana y falta de alma que acabó impacientando al santo, católico y apostólico público sevillano.

El bombón del encierro se lo llevó Daniel Luque, que mostró una desconcertante impresión muy lejana de las grandes posibilidades que había anunciado en otro tiempo no tan lejano. Engatillado y chorreado, muy apretado de sienes y con esas hechuras que no suelen fallar en la casa de los Lozano, ese tercero acabó rompiendo con excelsa y profunda calidad en la muleta del joven diestro de Gerena, que ya había podido comprobar su buena condición en dos o tres sensacionales verónicas en su turno de quites. Después de los bellísimos muletazos genuflexos con los que inició su labor, el toro se desplazó como un tren en un derechazo completamente circular que sólo se truncó cuando se paró el toro.
Parecía que íbamos a tener concierto pero sólo hubo prueba de instrumentos. Después llegó el desconcierto y una extraña y muy poco comprometida colocación de Daniel Luque, que buscó esa noria manzanarista amparado detrás de la mata sin cruzarse de verdad ni un sola vez. Al toro le pudo faltar algo de brío pero Luque no logró apurar todas las posibilidades de ese animal que podía haberle hecho salir del ancho pelotón.

El de Gerena siguió sembrando dudas mostrándose absolutamente desconfiado con el sexto ejemplar de la tarde, un toro soso y simplemente manejable con el que evidenció demasiadas dudas y una preocupante fé en si mismo que certificó al salirse de la suerte al entrar a matar. Su anunciado asalto a la primera fila vuelve a posponerse. ¿Hasta cuando?

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