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Todo sobre mi madre

Mi padre murió cuando yo apenas andaba. Tan pobre que si no llega a dejar una desvencijada bicicleta le hubieran enterrado de cualquier forma. Y eso que murió molido de trabajar en el campo, con sólo tres décadas vividas.

el 15 sep 2009 / 05:46 h.

Mi padre murió cuando yo apenas andaba. Tan pobre que si no llega a dejar una desvencijada bicicleta le hubieran enterrado de cualquier forma. Y eso que murió molido de trabajar en el campo, con sólo tres décadas vividas. El enterrador se encaprichó de su bicicleta y le hizo una tentadora oferta a mi madre: "Si me la das le hago un nicho decoroso", le dijo. Naturalmente, aceptó y mi padre tuvo una sepultura de losas verdes y blancas; en el suelo, porque los ostentosos panteones estaban reservados para los señoritos, los que lo habían reventado a cambio de un pedazo de pan y un colchón de foñico.

Con el paso del tiempo, la sepultura comenzó a hundirse y ése es el primer recuerdo que tengo de mi existencia: el de mi madre negociando de nuevo con el sepulturero para que salvara el nicho. Yo estaba agarrado a la fría cancela del camposanto y veía a mi madre enlutada, como un personaje lorquiano, convenciendo al cavador para que los huesos de su amado no acabaran mezclándose en la revuelta tierra con los de quienes fueron ejecutados en el inicio de la Guerra Civil por defender la República. Es lo que sucedió: los restos de mi padre desaparecieron y de él sólo quedan en mi casa algunas fotografías vestido de soldado. Eso era mi padre para mí cuando era un niño: un soldado oculto en una enmohecida lata de carne de membrillo.

Mi madre pasó a ser una viuda sin paga, como tantas en aquella época, porque los señoritos de Arahal explotaron a mi padre sin cotizar por él. Mi madre, pues, se tuvo que poner a trabajar como una viuda sin paga y tres niños, de sol a sol, limpiando suelos y faenando en el campo o en almacenes de aceituna. Así crió a sus tres hijos. Hoy es una octogenaria mujer con los huesos triturados y una paga con la que Solbes no tendría ni para una ronda de cañas.

Ahora que tanto se habla de la incorporación de la mujer al trabajo como un logro de la democracia, sería bueno recordar a aquellas esclavas de la posguerra que criaron con miles de fatigas a quienes hoy sostienen la España del bienestar. Que nadie se quiera apuntar el tanto. Es una falta de respeto hacia nuestras madres.

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