Hubo un tiempo en el vivíamos en una sociedad muy restrictiva donde, por ejemplo, la indisolubilidad religiosa y civil del matrimonio llevaba a que "la querida" fuera prácticamente una institución social. Entonces, la participación en la Semana Santa se regía por una regla: "Nadie sabe qué pasa debajo de un antifaz" y con ella se cortaba el comentario sobre una persona a la que se atribuía con o sin razón devaneos, poligamia de hecho, homosexualidad o usura. Esos días creaban un ámbito de tolerancia, versión sevillana del ecumenismo -el acercamiento entre la Iglesia y los demás basado en el respeto- que luego consagraría el Concilio Vaticano II.
Lo ocurrido entre la Hermandad de San Esteban y Vittorio y Luchino, a raíz de su boda civil, deja claro que aquella tolerancia no menos civil ha pasado a la historia y que, retrocediendo a una religiosidad primitiva, volvemos al "qué dirán" que era, precisamente, en lo que la Semana Santa abría un hermoso paréntesis para no tocar el interior de la persona. La Iglesia Católica (como la Islámica o la Budista) se rige por reglas, concretadas en los sacramentos, según las cuales podrá o no admitir a los modistos en su seno pero eso no tiene nada que ver con "vestir santos" y mucho menos con "vestir judíos". Hay hermanos mayores que, sin estudiar teología, creen ser obispos, pero les queda mucho. Están en primero de cacique.
