Mucho más armado, y con menos fuerzas aún, el cuarto no tuvo mal aire en la brega. Juan Carlos Rey brindó a Emilio Oliva y trasteó al toro en una faena entregadita y un punto espesa que se quedó a medias. El toro se había aplomado y el hilo ya carecía de cualquier argumento.
El segundo de la tarde -abanto y descompuesto, de horribles hechuras- embistió a trompicones en la muleta de Pablo Lechuga, que pretendió siempre torear templado y hondo, llevándolo para adentro en una faena bien construido que, con sus lagunitas, tuvo la virtud de ilusionar y sorprender. Pero el toro se echó y hubo que esperar hasta el quinto, que tampoco había echado gasolina. Rey anduvo por allí más de lo aconsejable pero el astado se rebrincaba en la muleta y el chico, esta vez, no estuvo fino.
El francés Tomás Jouber se las vio en primer lugar con un novillo bruscote de salida que le atropelló en la brega. Tambien cogió al banderillero Frederick Leal en el tercer par de banderillas pero el utrero humillaba en los capotes y llegó a la muleta abriéndose en las suertes, con ese aire medio manso de su mejor sangre Núñez que supo ver a medias Jouber en una faena llena de altibajos, genuinamente adobada de los postulados de su mentor, el inefable Antonio Corbacho. Pese a todo, a la sombra difuminada de Tomás y Talavante, hubo apuntes inconcretos de excelente clase pero se echó en falta temple, trazo definido y vocación de resolver con un novillo que tenía que haber sido de lío. Y es que más allá de apuntar o esbozar hay que triunfar, ¿no?
El gabacho había sembrado dudas y esperanzas y había que despejarlas. Pero el sexto de la tarde se aplomó en la brega y no fue el mejor examen para juzgar a un chico interesante que, pese a sus cualidades, nos lleva a los mismos desconciertos que otros toreros del peculiar West Point de La Alcornocosa. El novillo -brusco, protestón y descompuesto- no sirvió. Jouber mantuvo el interés y tiene madera para más.