Se acabó el domingo la temporada taurina de primavera con el sabor amargo de saber que habían vencido los mansos, o sea, los causantes de que a la fiesta de los toros le pase lo que le pasa: ayer la sección de los diarios la copaba esa versión del Ecce Homo en la que se ha convertido José Tomás. En la Maestranza nos quedábamos como quien dice sin ver arte, exceptuando los destellos de Perera y Manzanares, por la falta de bravura, mientras en las Ventas el de Galapagar subía a los cielos gracias a ese defecto, y daba la razón a la taurofobia de gente como Antonio Muñoz Molina que, aun siendo de Úbeda, sigue sin comprender de qué va esto.
Hacerse el cristo con mansos es traicionar a Pepe Hillo y su "toreo científico", capaz de atemperar la bravura de un animal, convertirlo en partícipe de una hazaña y matarlo limpiamente en tiempo y forma, parando todos los relojes; por ello se pintó con uno en una mano y el estoque en la otra. Cambiando destreza por sangre y bravura por la mansedumbre no subirán al cielo ni la fiesta ni los toreros, sólo esos toros? y Madrid. Pero para quitar la razón a los antitaurinos y enaltecer a la Maestranza ha de verse en el ruedo bravura y la suerte que Dios reparta. Dejémonos de pamplinas: héroe no es el que muere en la plaza sino el que, al final de su vida, se sienta en una mecedora a la puerta de su cortijo. Lo dijo Chávez Nogales.
Antonio Zoido es escritor e historiador
