Todos los días llegan señales que transmiten la profundidad de la crisis económica, pero la de ayer fue especialmente clarificadora: el número de temporeros andaluces que irán a la vendimia en Francia crecerá este año un 10%. El dato tiene especial carga simbólica en Andalucía, una tierra en la que todavía están recientes las imágenes de trenes y autobuses llenos de gentes del campo, rumbo a los Pirineos para regatearle jornales a un paro que parecía endémico.
El dramático recorte de empleos que se está produciendo en el sector de la construcción explica casi por sí solo el aumento de la cifra de vendimiadores. El ladrillo vive los peores años de su historia reciente, lo que se traduce en un exceso de albañiles que, en buena parte, vuelven a mirar al campo para encontrar una salida a una situación cada vez más dramática.
El inicio de la vendimia ha despertado viejos recuerdos en muchas personas, pero para otras es su realidad de cada verano. Pese a que ya no se habla tanto de ella y a que las cifras son mucho más modestas, lo cierto es que todos los años un puñado de miles de andaluces (en esta ocasión casi 9.000) se marchan a Francia en un ritual transmitido de padres a hijos. Eso sí, las condiciones laborales están a años luz de las que se imponían hace 30 años: en el campo francés se paga más, se abonan horas extra y hasta se puede disfrutar de subsidios familiares. Dicho de otra manera, a la vendimia no se va por una limosna, sino a ganar una cantidad apreciable por unas semanas de trabajo.
Todo esto, además, pone de manifiesto que muchos andaluces están dispuestos a volver a trabajar a un campo del que hasta hace poco renegaban, retomando una actividad que en los últimos años se había dejado en manos de los inmigrantes. Es de esperar que el choque entre estas dos realidades se resuelva de la manera menos traumática posible para todas las partes.