Aunque las coincidentes elecciones gallegas y vascas se han querido ver como un referéndum personal y nacional en torno a Rodríguez Zapatero y su política anticrisis, y sobre Mariano Rajoy, y su fortaleza ante las criticas vertidas por entornos mediáticos, el resultado electoral de ambos comicios beneficia sin lugar a dudas a toda España, porque puede representar el fin de los chantajes nacionalistas, más o menos potentes.
Galicia ha vuelto por sus fueros populares y renace a la cordura y la modernidad de la mano de un político joven y sin complejos, para gobernar la autonomía y llevarla otra vez a un protagonismo mayor que sus propias fronteras, alejada ya la permanente anécdota del coche blindado o los favores a constructores, para centrarse realmente en el gobierno de una comunidad que por los resultados parece haberlo echado de menos durante cuatro años.
En el País Vasco hace falta ahora la valentía, aunque sin mazo, que mostró el joven Emilio Gutiérrez, de quien dijo Ibarretxe que debía confiar en las instituciones, en los partidos políticos, en la justicia, en todo aquello que le defraudó cuando perdió su casa y que tiene escondida a la gran mayoría del pueblo vasco. Los constitucionalistas tienen ahora la palabra para cambiar realmente el futuro.
Si se considera que Rajoy ha ganado en Galicia y Zapatero en el País Vasco, por la posibilidad de gobernar juntos los constitucionalistas, todos hemos ganado estas elecciones y es por tanto un día de alegría general. Ahora sólo queda abrir los brazos y tener la valentía suficiente para afrontar este nuevo futuro que se abre. Hemos salido de unas elecciones autonómicas. Ahora tendrán que demostrar los dos líderes nacionales que tienen la valentía necesaria para afrontar los retos nacionales. Es decir, que se comporten como líderes. Aunque la excusa sea Galicia y el País Vasco.
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