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Tras la máscara barroca

Lo clásico y lo moderno conviven, pero no se tocan

el 06 may 2010 / 21:15 h.

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Uno de los salones restaurados de San Telmo.

El Palacio de San Telmo siempre ha sido un edificio mentiroso. Le mentía a los viandantes que cruzaban por el Paseo de Roma, haciéndoles creer que el interior era un reflejo de la hermosa fachada barroca que mira al río, obra de Antonio de Figueroa y sus hijos. Pero el edificio estaba en ruinas por dentro. "No existía como palacio, no había interior, sólo la fachada, lo que los arquitectos llamábamos la máscara barroca", desveló ayer el autor de la restauración, Guillermo Vázquez Consuegra.

No hay muchos sevillanos y menos aún turistas que hayan visto el interior de San Telmo. Aunque algunos han estudiado allí. Algunos han dormido y vivido allí. Muchos han rezado en las antiguas celdas. Y algunos tomaron allí decisiones que han afectado a todos los andaluces. Ha costado recuperar el palacio, porque no siempre fue palacio. Nació como escuela hace 300 años (se construyó entre 1682 y 1792), fue un colegio-seminario de la Universidad de Mareantes hasta 1841. Después se transformó en la residencia privada de los Duques de Montpensier hasta mediados del siglo XX, cuando fue cedido a la Iglesia. Volvió a ser seminario y lugar de culto hasta principios de los 90, cuando el edificio estaba tan deteriorado por dentro, que el Arzobispado, incapaz de costear el mantenimiento de un inmueble protegido, terminó entregándoselo a la Junta. Fue sede del Gobierno andaluz hasta que el Ejecutivo se mudó a la Casa Rosa para que el equipo de Vázquez Consuegra entrara en el palacio cargado de planos, escuadras y cartabones.

San Telmo no tenía una arquitectura que recuperar, tenía muchas y muy distintas. Un edificio, tres siglos de historia y tres usos de habitabilidad difícilmente conciliables: escuela, residencia y seminario. De todas las transformaciones que sufrió San Telmo, "la más lesiva y desafortunada fue la última". En los sesenta, el arquitecto Sagastizabal levantó tres plantas más para albergar las habitaciones de los sacerdotes jubilados. Vázquez Consuegra se encontró el palacio troceado, multidividido en las pequeñas celdas de los seminaristas y en los laberínticos pasillos que deformaron los patios interiores.
La recuperación del palacio consistió en "elegir la buena arquitectura de San Telmo y demoler todo lo que no tenía ningún valor patrimonial". "Derribamos todas las celdas y pasillos, todo el pastiche historicista para ganar un espacio diáfano", explicó el autor de la reforma.

San Telmo conjuga el lenguaje consolidado de la arquitectura clásica con el rupturismo de la modernidad. Pero no parece que la intención de Vázquez Consuegra fuera diseñar una arquitectura de contrastes. Lo nuevo sirve para introducir lo clásico, pero no se mezcla con él. Lo nuevo está en la antesala de los salones principales del palacio. En las estancias que sirven de recepción, en los pasillos, en los espacios de paso, en las planchas de cerámica recuperada que cubren algunas paredes, en las escaleras de mármol con pasamanos de hierro y cristal que reflejan la luz cenital diurna. Lo clásico viene a después. Está detrás de las puertas, dentro de la capilla, en el salón de los espejos, en el patio de San Jerónimo...

La Junta sólo ocupará una parte del edificio. Hay espacios como la cripta, donde se duchaban los frailes, que quizá albergue una exposición con los restos arqueológicos que encontraron. Los arquitectos cavaron la tierra hasta extraer un piso inferior más, por debajo de la superficie del edificio, para sacar a la luz parte de los restos.

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