Cultura

Travolta a la batuta

el 14 nov 2009 / 07:47 h.

Hacía tiempo que no teníamos visita de la Orquesta de Córdoba, que se prodigaba más entre nosotros cuando Leo Brower era su titular. La influencia del popular director cubano, unido al hecho de que ahora sea el venezolano Manuel Hernández-Silva quien la dirija, habrá propiciado que la segunda parte del concierto, integrada por piezas latinoamericanas, mejorara sustancialmente a la insípida versión que de la Sinfonía n. 8 de Dvorák ofrecieron en la primera.

En esta hermosa sinfonía la cuerda robusta de los movimientos extremos contrastó con la flaqueza de los centrales, más líricos. En todo momento hubo lamentables desequilibrios entre secciones, llegándose a eclipsar el trabajo de las maderas, y brillando sólo esporádicamente los metales. La sensación global fue plomiza, desdibujada y sosa.

La suite Redes de Silvestre Revueltas no puede disimular su origen cinematográfico, lo que la convierte en una pieza de fácil disfrute que la orquesta desgranó con solvencia, esta vez bajo la tutela más entusiasta de Hernández-Silva, aunque no faltaron episodios de irregularidad técnica. Afortunadamente en esta ocasión la cuerda estuvo más fluida y menos áspera. Pero sin duda la sensación de la noche fue comprobar las dotes del director para bailar con gracia y suma sensualidad las piezas que integran la suite del ballet Estancia de Alberto Ginastera. Desde un principio sus ademanes vaticinaban una singular puesta en escena, rematada con una frenética danza en respuesta al eficaz trabajo de la orquesta, que no perdió el ímpetu en ningún momento. Como propina El bateo de Chueca, interpretada con elegancia y mucho estilo.

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