Pocas personas pueden presumir de ser unos auténticos apasionados de su trabajo. Rubén Melero, sí. Toda una vida detrás del mostrador de su quiosco de la Plaza de San Agustín en el corazón de la Puerta de Carmona le ha bastado para comprobar de primera mano que lo suyo más que una profesión es una vocación que le ha sido transmitida por la herencia de sus mayores. Por eso, cada mañana deja a un lado la caída en la venta de periódicos, los madrugones y lo sacrificado de estar al frente de su punto de venta. Todo pasa a un segundo plano cuando se abren las puertas de su quiosco y comienza a dar los buenos días, como lo hacía su padre, como lo hacía su abuela. Aquellos que enseñaron a Rubén a querer a la prensa. Tres generaciones dedicadas al noble arte de vender periódicos que tuvieron en la abuela de Rubén a su particular emprendedora. Corrían los años 40 cuando en una lechería situada en un pequeño callejón de Menéndez y Pelayo comenzó a comercializar los pocos periódicos que había entonces en Sevilla. «Un par de ellos, no más», explica. Mientras, su padre montado en su isocarro se dedicaba a traer desde el aeropuerto los periódicos que llegaban a Sevilla. Eso sí, «con un día de retraso», recuerda. Así pasaron los años, crecieron las cabeceras, y el vínculo de la familia Melero con la prensa no hacía más que fortalecerse. Hasta que llegó la hora de Rubén, la tercera generación, el encargado de continuar con un negocio que aprendió desde niño junto a su padre. «Desde chico estoy metido detrás del mostrador. Recuerdo que llegaba del colegio, me metía en el local y empezaba a leer los tebeos de Mortadelo y Filemón, de Zipi y Zape...ni deberes ni nada», cuenta. En estos años casi todo lo que ha ocurrido en su vida ha tenido al quiosco como protagonista, desde el día en que le contó a su familia que decidía dejar de estudiar para ser quiosquero hasta cuando en el año 2007 tomó las riendas del negocio tras la jubilación de su padre. Experiencias de vida con un denominador común: no se arrepiente de ninguna de las decisiones que ha tomado. Es feliz con su trabajo y eso, a estas alturas, es garantía de éxito. Por eso, cuando le preguntas si volvería a ser quiosquero, su respuesta es clara y contundente. «Sí, rotundamente. Es un privilegio poder trabajar en algo que te guste y en lo que estés contento», reitera. Dieciséis años de experiencia media vida exacta, pues ha cumplido ya los 32 años le han bastado para tener claro que «lo más bonito» de su trabajo como quiosquero «es el contacto con la clientela, con las personas, vivir un día a día que siempre es diferente». En todo este tiempo ha comprobado en primera persona cómo el mundo de la prensa ha cambiado como también lo hacían las generaciones. «Desgraciadamente ya sólo con la prensa no se puede vivir, como ocurría antes. Ha pegado un bajón tremendo y toca abrirse a otras cosas», confiesa. A una de las que se abierto ha sido a su apuesta por la cultura. Justo delante de su quiosco, Rubén tiene habilitado un espacio en el que vende libros de segunda mano a un precio simbólico. «Ahora mismo hay que darle una oportunidad a la cultura. Fíjate el cine, lo han puesto a 2,9 euros y la gente responde», asegura. Por ello tiene claro que seguirá apostando por esta iniciativa, aunque sin renunciar a las nuevas tecnologías. Y es que Rubén es todo un apasionado de las redes sociales, a las que ha llevado hasta su propio quiosco. Dispone de un Facebook quiosco San Agustín y hasta de Twitter @puertacarmona en el que informa de todas las ofertas y promociones de su punto de venta, «informando a los clientes para estar al día». Es más, también lo usa como una herramienta útil de trabajo que le permite estar en contacto con el resto de compañeros de profesión, «por si hay que comunicar alguna incidencia». Es un hombre ilusionado con su trabajo, que siempre da los buenos días con una sonrisa como carta de presentación. Rubén lo sabe, por eso cree que ha «nacido» para llevar la prensa hasta la vida de los demás. Vecinos en su mayoría a los que, detrás de un mostrador, «ves crecer, marcharse por el trabajo, regresar a casa, fallecer... es la historia que pasa mientras cambia la gente y evoluciona el barrio». Menuda lección de vida. Rubén nació con vocación de torero, pero dice que le faltó valor. Sí lo tuvo para dar un paso al frente y mantener vivo el esfuerzo de su abuela y de su padre. Un quiosco en el que sentirse feliz.