Cofradías

Tres gotas no alteran a San Vicente

La cofradía ni se inmutó cuando empezó a llover entre la salida del Señor de las Penas y la de la Virgen de los Dolores.

el 18 abr 2011 / 20:45 h.

El Cristo de las Penas, a su salida de San Vicente.

En el balcón frente a San Vicente hay cinco hermanos que tienen que serlo, porque no se puede ir vestido más a juego, y en el suelo niños, muchos niños, estos sí que vestidos idénticos: ataviados de monaguillos y listos para meterse en la fila cuando la hermandad de Las Penas salga del templo. La seriedad de esta cofradía de negro contrasta con el ansia que enerva a los pequeños, que sin entender muy bien por qué los espachurra la multitud, se desquitan comiéndose los caramelos de sus cestitos. Pero algunos, como Pablo, son lo bastante mayores para expresarse y cuando su abuela le pide que mire al interior de la iglesia, intentando entretenerlo, se lo suelta claramente: "¡Me da miedo!". Hay que acostumbrarse a entender el sentimiento que subyace tras los altos capirotes oscuros, la penumbra del templo, las luces encendidas entre el denso silencio. Su abuela lo intenta: "Pero si aunque estén vestidos así son padres y abuelos, como tu abuelo que también está ahí, ¿no? Pues son los padres y abuelos de otros niños".

Y Pablo va mirando con otros ojos este paso que sale solemnemente, a los sones de la banda de Tejera -que aguarda en la puerta para situarse luego tras el palio-, y recibe una saeta en cuanto pisa la calle. El intento de aplauso se acalla, y el paso vira, sin que el capataz tenga que indicar nada, con sus claveles rojos, sus velas moradas y los angelotes rodeando toda la peana del Nazareno de la cruz de plata y carey del paso de los apóstoles, que se desgañitan desde los faldones bajo los cuatro evangelistas de las esquinas.

Fue entonces cuando la lluvia trató de hacerse notar, sin conseguirlo. Los goterones que cayeron -bajo un cielo paradójicamente azul- lograron que se abrieran varios paraguas y provocaron la preocupación del público, pero la cofradía, que debía de estar muy segura de sus informes meteorológicos, ni se inmutó: siguió como si nada.

La Virgen de los Dolores, ante la que se colocó la treintena de niños que iban con el palio, encajó en el arco de la salida tratando de no rozarlo con su crestería, a los sones de Tus dolores son mis penas, que Tejera interpretaba desde dentro del templo. Y ya sin lluvia, enfiló San Vicente llevándose lo que quedaba de luz del día.

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