Posiblemente sea el que peor haya visto la salida de su cofradía, pero a Gabriel Ferreras, historiador del Instituto Andaluz de Patrimonio Artístico y hermano, entre otras, de Monte-Sión, no se le muda la sonrisa.
Ayer ejerció de anfitrión para las dos decenas de personas que llamaron a su puerta en busca de uno de sus balcones fronteros a la capilla.
Abajo, entre un mar de cabezas y más veladores de los que sería deseable, bullía la vieja plaza de los Carros. Y mientras en los referidos balcones se preparaba el prometedor saetero Álvaro Carrillo, Ferreras se volvía cual libro abierto para ilustrar en la materia: "Lo de los bullones del manto data de 1913, cuando el manto nuevo que se confeccionó en Valencia llegó un día antes de estrenarlo y, como venía grande, a José Lecaroz no se le ocurrió sino cogerle unos pliegues en los brazos". De aquella anécdota quedó una singularidad, y ya hoy la Virgen del Rosario luce su manto bullido con el arte de su vestidor, el bordador José Ramón Paleteiro.
Segunda lección: "Los rosarios que luce en cada varal el palio fueron en origen los que llevaban las hermanas de la Cruz, y eran de madera pero se pintaban de purpurina. Después se hicieron idénticos en metal".
La tercera lección la dieron los pasos: el de Cristo llamó la atención por lo elevado de su nueva posición, casi a ras con el ángel; y por lo bien que anda con los sones de La Redención.
El palio derrochó elegancia en su andar, un efecto coronado por las sentidas órdenes de Paco Reguera, que se estrenaba en este martillo, y por los acordes de la alegre marcha Rosario de Monte-Sión.
Si usted, lector, se la ha perdido este Jueves Santo, sepa que tendrá otra oportunidad de deleitarse con la reina de la calle Feria a finales de octubre, cuando procesione de forma extraordinaria la Virgen del Rosario para poner el broche a los actos del 450 aniversario de la fundación de la hermandad.