Mesas de picnic y restos prestaban testimonio del día que cientos de personas habían pasado junto al Vado del Quema. Desde mediados de la mañana se arremolinaba la gente para coger la ubicación idónea. Eso sí, después haberse mojado, aunque fuera la punta de los dedos en el río rociero por antonomasia. Y los novatos, haberse bautizado. A un joven de Triana le tocó en suerte el nombre Tronco Rociero. Ahí quedó y para siempre.
Pero conforme avanzaba la tarde creía el ambiente. Cuando Triana llegó, puntual a su cita, y sus charrés pasaban por sus aguas, ya no había un hueco con buena visibilidad. Los más osados optaban por la pendiente de subida, esquivando coches y caballos y evitando resbalones, pese a que los animales salpicaban barro al pasar. "¡Mira cómo te has puesto!", le decía una hija, vestida de flamenca, a su madre, que había venido a verla en este punto. "No importa, el barro no mancha y además éste está bendito".
Los caballistas se fueron colocando en ambas orillas para hacer el paseíllo y, cuando el Simpecado ya estaba en el centro del vado, los peregrinos que habían aguardado su llegada fuera del agua, se metieron. No importaban los botos, los trajes o los pantalones. Y si hacía falta, descalzos. Lo importante era estar allí, vivir aquel momento que no volverá a repetirse. "El año pasado pasamos de noche", recordaba un jinete a otro, "estuvo muy bonito, pero fue muy peligroso". Menos mal que esta vez llegaron a tiempo y disfrutaron de la puesta de sol mientras estaban mojándose. Éste era el momento.
Todos juntos, mientras las gradas naturales contemplaban embelesados, entonaron la Salve, esa Salve tan especial y tan diferente que canta la gente de Triana, que hacen de su "Virgen Chiquita, en el camino, su Capitana". Y ya rompieron en cantes y en abrazos. El hermano mayor, José María Machuca, no perdió la oportunidad de abrazar a todos los miembros de su junta, al alcalde de carretas y tantos que tanto esfuerzo habían hecho por llegar hasta allí.
En la orilla, los trianeros espectadores bromeaban: "No se cuele que llevamos aquí cuatro ho_ras". Pronto saltaba el que se quejaba alargando su tiempo de espera... hasta que concluyeron: "Esto es como la salida de la Hiniesta o de la Esperanza", que también es de Triana.
Enseguida se centraron en los cantes. Allí se estaba para disfrutar y para emocionarse. "Sí, he llorado", confesaba ya en el camino una mujer que, tras pasar el Quema se había subido al charré. Y no fue la única. Lo difícil era no emocionarse con la intensidad que estos romeros viven este momento y con la devoción que transmiten.
Cantaron a Triana. Llegó la hora de abandonar el agua y volvió a pasar "lo de siempre". "Dicen que primero salgamos los peregrinos y después los caballos, y míralos, los caballos metiéndose primero", se quejaban un grupo de amigas. Pero en este peculiar desorden todo volvió a su sitio. Sin titubeos, los bueyes de Triana sacaron su carreta fuera del agua. Es hora de seguir el camino.