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Tu familia sí te olvida

Los sevillanos vivimos de espaldas a la muerte. Días como el de los difuntos no son más que un lavado de conciencia para demostrar que no olvidamos a quienes nos dejaron

el 01 nov 2014 / 11:00 h.

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Durante las jornadas previas al Día de los Difuntos, el cementerio se llena de gente que adecenta las tumbas de sus familiares. / José Luis Montero Durante las jornadas previas al Día de los Difuntos, el cementerio se llena de gente que adecenta las tumbas de sus familiares. / José Luis Montero Mujeres de completo luto ataviadas incluso con un enorme velo, años de duelo en los que no se oía ni la radio, rezos y misas que se prolongaban por lustros, largas colas de vecinos para dar el pésame a la familia... así se vivía hace un tiempo, no tanto, la pérdida de un ser querido. Era un acto público, social. Un dolor vivido dentro de la comunidad. Hoy nuestra actitud ante la muerte es bien distinta. Foto: José Luis Montero Foto: José Luis Montero Para el antropólogo y profesor de la Universidad de Sevilla Salvador Rodríguez Becerra, esto radica en el cambio del modelo de familia y el concepto de religiosidad. «Las familias no tienen el mismo sentido que antiguamente», afirma, entonces eran extensas y las personas ancianas tenían un papel fundamental en ellas, «entre otras cosas porque mantenían el control de la propiedad (algo que aconsejaban los abogados de la época) y esto les daba una autoridad que hoy en día no tienen». Ahora, las familias «se desgajan». Formar una familia implica una independencia económica, física... e incluso en algunos casos, un cambio de ciudad. Esto ha motivado que la pérdida de las personas de avanzada edad ya no se viva como antaño. «Aunque la muerte ha sido y es una crisis dentro de una familia está determinada por factores» como la edad, el género y también que sea o no inesperada. Ahora nos parece más natural este tipo de muertes y se lamenta mucho más las que afectan a la gente joven o a niños. Antiguamente, debido a la alta mortalidad infantil el fallecimiento de un bebé no tenía ceremonia de despedida. «De hecho, de aquella época es el dicho de Niño muerto, ropita al arca. Un bebé más. Algo impensable ahora», relata Rodríguez Becerra. Es más, ha cambiado también nuestra idea de la muerte ideal. Ahora esperamos que suceda rápido, sin sufrimiento, sin enterarnos... «una muerte dulce». Antes, dice el antropólogo, «todo el proceso tenía una ceremonia: la enfermedad, (incluso la agonía), la muerte, el velatorio, el entierro, el duelo y las misas que se prorrogaban hasta por 15 años». Todo conformaba una despedida que era pública, «sobre todo en los pueblos». En las ciudades son la familia y amigos los que suelen acudir. Por el contrario, en los pueblos prácticamente toda la comunidad es la que se solidariza con la familia. Foto: José Luis Montero Foto: José Luis Montero Además, existía un periodo de duelo. En él, narra el profesor universitario, «las puertas permanecían solo medio abiertas, las mujeres se enlutaban y apenas salían; y los hombres, aunque con mayor libertad de movimiento, lucían un brazalete». Este periodo, además, tenía establecido un tiempo en función del grado de parentesco «y su transgresión era muy criticada». Otra prueba de la relevancia de la muerte años atrás es que «los seguros de defunción eran los más exitosos y no existían los de vida. La sociedad buscaba garantizarse una despedida digna». Los tiempos modernos, salvo para algunas minorías étnicas, todo este proceso ha cambiado radicalmente. «Se ha adaptado incluso la ley ya que antes incinerar era algo «impensable» que ha motivado que haya «un olvido, un alejamiento y la carencia de toda muestra externa de que se está en un periodo de luto». Incluso se acude «directamente del hospital al tanatorio, una institución que tampoco existía, donde se realiza una breve ceremonia de despedida, normalmente sin misa y tras enterrar las cenizas se acaba todo». Igualmente, hay mayor flexibilidad. «Hay familiares que acuden al funeral, otros acompañan en las vísperas en los tanatorios, otros a la misa que se hace días después...». Esta ceremonia religiosa tiene hoy un «carácter social»: quienes no pudieron acudir al entierro se congregan para estar con la familia. En definitiva, «no hay reglas», concluye. Foto: José Luis Montero Foto: José Luis Montero Esto tiene relación con nuestra manera de vivir la religiosidad. Actualmente, hay menos gente creyente y se considera que lo que haya que hacer por las personas a las que queremos debe ser en vida «porque lo que viene después es un misterio y la vida continúa». «Esto ha llevado a que seamos más del dicho El muerto al hoyo y el vivo al bollo», afirma. Sin embargo, aunque ya no se tiene una concepción trascendente, lo habitual es que se siga pasando por todo el proceso porque es lo establecido. Aun así, hay tradiciones que sí que se siguen manteniendo, como por ejemplo la de acudir a la última llamada. «Por muy lejos que se encuentren los familiares se suele estar presente para despedirse», comenta. Ahondando un poco más en nuestra actitud con nuestros difuntos, Rodríguez Becerra asegura que, aunque hay quien mantiene comunicación con el difunto, «la mayoría acuden al cementerio una vez y no van nunca más porque les da pavor la idea de la muerte». Al llegar noviembre, «lo normal es que se siga el ritual» de ofrecer un ramo de flores y adecentar la tumba pues «el estado de mantenimiento es fundamental y se mide por eso el cariño que se le tenía a esa persona», señala el profesor universitario. «Se trata de una tradición, casi una obligación, un gasto y un negocio que es indicativo de que no se olvida». La sociedad tiene la necesidad de cumplir con todo este proceso una vez al año «para lavar la conciencia», sentencia. Esto no quiere decir que la gente no tenga un buen recuerdo de los padres o sus familiares, «lo que no tiene tan claro es la necesidad o no de hacer este tipo de cosas», dice. Y entonces, si nos damos la vuelta y olvidamos... ¿mentimos en las inscripciones de las lápidas? Pues ni sí, ni no. «Depende de la persona». En cualquier caso, estas frases son, como tantas cosas de la vida, «fórmulas establecidas», afirma Rodríguez Becerra. «El marmolista ahora solo tiene que preguntar el nombre y apellido y punto, el resto está prefijado», comenta. «Al igual que sucede con expresiones como Muy señor mío o Estimado señor, son frases que la sociedad establece para relacionarse en las que no tiene importancia el contenido». Esto hace que, actualmente, en los cementerios sea todo muy homogéneo. Tan solo destacan las caritas de los familiares (para localizar los nichos), vírgenes (en algunos cementerios incluso en bajorrelieve) y, dependiendo de las pasiones de cada uno, algún escudo de fútbol. En definitiva, existe una «tendencia a darle la espalda a la muerte, no se quiere pensar en ella ya que la consideramos un tema tabú». «Aunque hablemos de los difuntos, somos poco amigos de tratar abiertamente el tema, hasta el punto de que hay quien pide que se cambie de conversación». Al final, lo que se quiere olvidar es la muerte.

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