Hace todavía poco volví a entrar en Alcalá por la Venta de la Liebre porque algunos amigos decidimos comernos un arroz con perdiz, igual que hacía Antonio Ordóñez; así que volví a quedar maravillado viendo el mismo panorama que vería Washington Irving, sólo que realzado por la restauración. Por eso la noticia de los 4.500 turistas anuales de Alcalá de Guadaíra me ha sumergido en la perplejidad, precisamente porque una población con un patrimonio tan rico y variado como el suyo, que está realizando un enorme esfuerzo por ponerlo en valor, a un tiro de piedra de San Pablo -el aeropuerto-, Santa Justa -la estación ferroviaria- y a pie de autovía debería ser un foco de atracción.
Ante esa cifra ridícula -a pesar de que el correspondiente departamento municipal la ponga como un logro- me he puesto a repasar mentalmente qué recordaba de lo que de Alcalá ha aparecido en este periódico y, a grosso modo, lo que aparecía es que cada realización municipal era inmediatamente contestada por asociaciones conservacionistas: Gandul, el castillo, el río, los molinos?, nada acaba de estar bien a juzgar por las noticias. No conozco a nadie de aquel ayuntamiento ni de esas asociaciones pero si en mi cabeza, que es la de un ciudadano común interesado en los bienes patrimoniales, lo que aparecen son trifulcas es evidente que instintivamente buscaré otro sitio que ver hoy sábado.
El turismo es una industria, se rige por las mismas leyes que las demás y todas tiene en el marketing uno de sus pilares principales. Es evidente que en la factoría turística "Alcalá de Guadaíra", con todo teóricamente a su favor, ese pilar no funciona y mientras todo continúe así las ventas serán escasas. Tanto, como esos 4.500 turistas anuales. Para su potencial tendrían que ser 100 veces más. 450.000 y no rebajo ni uno.
