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Un 14 de abril en Sevilla

La alegría y la esperanza se derramaron por las calles de Sevilla tras proclamarse la II República el 14 de abril de 1931 casi al mismo tiempo que surgieron los primeros incidentes. La esperanza era mucha, pero acabar con carencias e injusticias de siglos no se iba a lograr sólo con el cambio de régimen político.

el 13 abr 2011 / 18:50 h.

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La Sevilla que llegó a la II República se encontraba en la peor situación económica posible: con la crisis económica tras la Exposición Iberoamericana, que había dejado en la ruina las arcas municipales, y sufriendo las consecuencias de la Gran Depresión mundial, que mermó la riqueza procedente de la exportación del aceite y la aceituna. Toda esta situación acarreó un importante número de personas sin empleo, muchas de las cuales llegaron del campo a la ciudad para trabajar en las obras de la Exposición del 29 y ahora se estaban muriendo de hambre por las calles (no había subsidios). Y no era mucho mejor la situación de los trabajadores, con sueldos muy bajos, y teniendo que pagar altos alquileres por una habitación con derecho a cocina y baño colectivo, donde lo había, en una casa de vecinos.


Ya en 1928 se había producido una huelga general iniciada por los albañiles que trabajaban para la exposición, lo que hizo a los responsables traer a obreros del campo. Y en 1930, Sevilla tuvo otras dos huelgas generales en respuesta al paro y la inflación. A esto hubo que añadir "los efectos de la política suicida de la dictadura de Primo de Rivera, de gastar y no pagar, que arruinó al Ayuntamiento de Sevilla por 50 años. Los créditos que tuvo que pedir forzado por el Gobierno de la Dictadura se empezaban a pagar en 1931 y la hacienda local quebró", explica el historiador Juan Ortiz Villalba.

En Sevilla, el 70% de la población activa se encontraba en el sector secundario, la industria. Metalurgia, tabaco, militar, ladrillos, cerámica, aceite... Una industria con problemas de financiación, sin las últimas tecnologías y con problemas de mercado porque dependía de las exportaciones y la crisis era mundial. "La industria había crecido al calor de la demanda de la Muestra y toda esa demanda interna se acabó, coincidiendo con la caída de la Dictadura", señala Ortiz Villalba, lo que llevó a que en muchos casos sólo trabajaran tres días por semana.

Además, para los sevillanos que durante 20 años habían depositado sus esperanzas de regeneración en la Exposición, el resultado no pudo ser más deprimente: "No significó un cambio sustancial en los recursos y en la estructura social de la ciudad. La inauguración coincidió con la depresión, que dinamita las posibilidades de modernización económica de la ciudad", destaca Leandro Álvarez, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla.

Y los posteriores gobiernos monárquicos -la Dictablanda- incluso empeoraron la situación: "Apostaron por una política restrictiva. Si la Dictadura dejó un déficit tremendo, éstos pararon las obras, con lo que se incrementó el paro. Una torpeza tremenda, por lo que los obreros el 12 de abril de 1931, en las elecciones municipales, votaron república", añade Ortiz Villalba. Como resultado de todos estos años anteriores, la II República recibió en Sevilla la herencia de "una economía hundida, una sociedad desgarrada, una clase obrera marginada y un Ayuntamiento arruinado", explica el también profesor asociado de la Universidad Pablo de Olavide.

Aún así, el 14 de abril de 1931 -ya desde que se conocieron los datos de las elecciones municipales del día 12- "en Sevilla se vivió, como en el resto de grandes ciudades, con mucha alegría, con manifestaciones en las calles. Suponía para los trabajadores una esperanza de mejora inmediata de sus condiciones de vida, la gran oportunidad que habían esperado muchos años", afirma la profesora de Historia Contemporánea de la Hispalense Ángeles González.

Pero, al mismo tiempo, la ciudad "era un polvorín desde el punto de vista social y económico. El mismo 14 de abril que se vivió cómo un día de fiesta, con la gente en la calle celebrando delante de los ayuntamientos con banderas republicanas, en Sevilla también se produjo un intento de asalto del palacio arzobispal, soltaron a presos, políticos o no, y se destruyó parte del monumento a la Inmaculada. Desde el primer día se ve lo que va a lastrar la historia de la II República", señala Leandro Álvarez.

La conflictividad fue en aumento los meses posteriores, con numerosas huelgas en las que reclamaban aumentos de salarios y mejores condiciones de vida y de trabajo, alentados por la radicalidad de la CNT -que llegó a tener 60.000 afiliados, un 40% en la capital- y su confrontación con los sindicatos comunistas, alcanzando su punto culminante el 22 de julio de 1931, que lleva al gobernador civil a decretar el estado de guerra en la ciudad -la Semana sangrienta-, levantado una semana después tras numerosas detenciones y con el sindicato anarquista fuera de la ley.

"El paro en los cinco años de la República alcanzó de media a unas 5.000 personas, llegando a un máximo de 8.000 en 1934, aunque otros datos apuntan a 15.000 -Sevilla contaba entonces con una población cercana a los 230.000 habitantes-", enumera González, quien resalta que "hay que tener en cuenta que no había subsidios y, además, los que trabajaban tenían un nivel de vida muy bajo, lo que explica la radicalización". En total, en los cinco años de la II República se produjeron en Sevilla 143 huelgas, 14 de carácter general, la gran mayoría, 117, en el bienio reformista (1931-1932), "provocadas no sólo por la resistencia de la patronal a la concesión de mejoras, sino también por la profunda hostilidad entre las distintas fuerzas sindicales, enfrentadas por su intento de controlar el obrerismo organizado en la ciudad", destaca la profesora.

La situación nunca remontada de crisis económica, unida a la conflictividad, no ofrecen un balance alentador de la II República en la ciudad. Sin embargo, sí deja aspectos muy positivos. "La República creó unas 100 escuelas, que el alcalde franquista Carranza, cerró, dejando a los niños en la calle. Creó institutos en Morón, Carmona, Écija, Utrera, Cazalla de la Sierra y dos en la capital. En el caso de Utrera, más del 40% de los estudiantes eran mujeres, y cuando lo cerraron muy pocas pudieron acabar sus estudios", explica Ortiz Villalba. También se produjeron mejoras en las condiciones de trabajo, sobre todo en el campo, y una subida de los salarios. Pero la base de la que partían era tan baja que la mayoría no mejoró su nivel de vida y apenas sirvió para que sus hijos en vez de una, pudieran comer dos veces al día.

El empuje de alcaldes como José González y Fernández de la Bandera (1931-1933), médico, ayuda también a mejorar las condiciones higiénicas en las casas: "Puso váter y terrazo en las casas de vecinos, pero con la resistencia y el rencor de los dueños", explica el profesor, aunque, como apunta Ángeles González, en las competencias que estaban en manos de los ayuntamientos, el de Sevilla no pudo hacer gran cosa "porque arrastraba un déficit preocupante" desde la Exposición, unas deudas que se mantuvieron hasta los años cincuenta del siglo XX y cuyos "flecos los ha terminado de pagar Monteseirín en el siglo XXI", añade Ortiz Villalba.

El catedrático de Historia de la Hispalense, por su parte, destaca que, pese a que "muchos hicieron todo lo posible por que fracasara", la II República dejó un "gran esfuerzo por acabar con los miles de niños en la calle, creando escuelas, las mujeres pasaron a convertirse en ciudadanas, la atención a las personas más necesitadas y, con independencia de la radicalidad, un verdadero régimen de libertades por primera vez en nuestra Historia". Además, Leandro Álvarez subraya que "frente al Fascismo, el Estalinismo y el Nazismo que crecía en Europa se apostó por la Democracia cuando era cuestionada en todo el mundo. Esto nos debe hacer tener respeto por los españoles de los años 30".

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