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Un cerebro del siglo XVIII

Por qué no puedes entender la política americana del siglo XXI con un cerebro del siglo XVIII. Este es el sugerente subtítulo de una de las obras del famoso lingüista George Lakoff, que podríamos trasladar al debate de actualidad sobre el papel del Estado en el rescate de las empresas con problemas.

el 15 sep 2009 / 08:05 h.

Por qué no puedes entender la política americana del siglo XXI con un cerebro del siglo XVIII. Este es el sugerente subtítulo de una de las obras del famoso lingüista George Lakoff, que podríamos trasladar al debate de actualidad sobre el papel del Estado en el rescate de las empresas con problemas. Porque hablando del siglo XVIII, podríamos recordar la famosa polémica entre Alexander Hamilton y Thomas Jefferson, sobre la conveniencia de una ley de bancarrota, que protegiera a los deudores y banqueros de buena fe para fomentar una extensión del crédito que alimentara el crecimiento del comercio.

Una ley que debía resolver la controversia sobre el protagonismo del Gobierno o los tribunales de justicia en la gestión de las insolvencias empresariales. Una discusión con una gran carga ideológica, que ha servido, desde las diferentes ópticas conservadoras y progresistas, para situar a la bancarrota como uno de los espacios más ricos de análisis político y confrontación partidaria del siglo XX.

Al fragor de la mayor suspensión de pagos de la historia de España, planteada hace unas escasas horas, se ha despertado una acalorada discusión sobre la perentoria obligación del Gobierno de arreglar los problemas de esa compañía y sus clientes. Un intenso debate sobre la incumbencia de las administraciones públicas en el correcto funcionamiento de la economía y los mercados. Sobre la virtualidad y legitimidad de la ayuda pública en el momento de "ganar" o cuando toca "solucionar".

Acerca, también, de la responsabilidad de la banca en la financiación de proyectos de alto riesgo y dudosa viabilidad. Sobre la exuberancia irracional de los consumidores y especuladores de diversa magnitud. Del recurrente papel de la avaricia en la gestión empresarial. Debates que siempre llegan cuando están los problemas calientes, con un escaso margen de reacción.

Debates con el efluvio inconfundible del pasado, coincidentes con ese cerebro del siglo XVIII que debatía en términos similares. Ahora con un escaso aprendizaje de la Historia. Con parvas conclusiones de los errores y oportunidades perdidas de estos años. Tras una marea colosal de liquidez que parece escurrirse descontrolada por el desagüe. Escasos de ideas sobre la posibilidad de convertir esta crisis en oportunidad. De cómo poner la formidable maquinaria de los recursos públicos al servicio de un nuevo modelo económico, sustituyendo miles de inercias administrativas.

De resolver honestamente el estéril debate sobre la regulación empresarial. De confirmar la importancia de las redes de seguridad de los millones de personas con dificultades. Identificando las debilidades de un mercado que no sabe gestionar con coherencia la lógica de los ciclos, los abusos y los excesos, el daño de las imprudencias. En definitiva, preguntarse cuanto antes si existe un resquicio, en el debate de esta gigantesca bancarrota, para pensar en los problemas y retos actuales con la imaginación política y la inteligencia económica que exigen los nuevos tiempos.

Abogado

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