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Un cicerón en las cofradías

el 27 mar 2011 / 08:12 h.

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Duerme con la corbata puesta desde sus tiempos mozos, cuando estudiaba Derecho compartiendo bancada en la Fábrica de Tabacos con amigos como Juan Salas Tornero. Ya por entonces ambos aventajados universitarios compartieron negocios de chatarrería y algún que otro pecado de juventud. Nada inconfesable. En aquellos años -todavía conservaba algo de pelo-, el joven Arenas participaba de una tertulia en el bar Duque, en la plaza del mismo nombre, donde se reunía a diario junto a un grupo de amigos a quemar velada nocturna después de dejar a las respectivas novias en sus casas. Cuentan las crónicas que fue en ese bar donde lo pilló el terremoto del año 69.

De este veterano abogado diríase que es un sevillano absolutamente atípico: no le gusta el flamenco, no ha visto un partido de fútbol en su vida y sólo acude por educación al palco del coso baratillero cuando los maestrantes le cursan invitación. Un bicho raro y en peligro de extinción. Tanto que conoció a su mujer, Mari Luz, a los 12 años y llevan toda la vida juntos. Será porque adolece de otras aficiones, y porque de casta le viene al galgo -su padre Eulogio fue prioste del Gran Poder y su abuelo materno nada menos que el prolífico imaginero Antonio Castillo Lastrucci- que su gran pasión se encauzó hacia el mundo de las cofradías. Desde junio de 2008, después de unas reñidas elecciones en las que logró imponerse sorpresivamente al candidato interno, dirige los destinos del Consejo de Cofradías, organismo en el que aterrizó aupado fundamentalmente por las hermandades de gloria y abanderando un mensaje de aperturismo, renovación y solidaridad. Los que bien lo conocen destacan entre sus virtudes la de ser un encajador nato. De ahí que los directos a la mandíbula que le llovieron en su primer año de mandato en la institución gregoriana apenas le hicieran tambalearse en el ring y agarrarse a las cuerdas, pero nunca doblar la rodilla.

Hombre inteligente, de retórica culta y expresión barroca, capaz de disertar media hora sobre las diversas acepciones del término iniquidad -que se lo pregunten si no a los hermanos mayores del Jueves Santo-, Arenas es un orador nato, una cualidad que explota a la perfección en cualquier ámbito y más si cabe en las salas de juicios. Profesionalmente, el ex hermano mayor de la Hiniesta es un abogado de prestigio, especializado en asuntos urbanísticos, al que gusta preparar con profundidad los casos y doblegar a sus contrarios por la vía del convencimiento, o en su defecto, por la del agotamiento. Es incombustible, y no hay forma de hacerle desistir de algo cuando se lo propone.

Criado en la calle Goles, el nieto de Castillo Lastrucci creció oliendo a cedro en el taller de su abuelo, donde cuentan que hacía pesas con los gatos de carpintería. Hombre viajado por medio mundo -pregúntenle por sus experiencias en varios países árabes-, pocos saben que ya casado preparó unas oposiciones para el Cuerpo Diplomático, de ahí que no sea extraño oírle expresarse en francés, inglés, italiano, alemán y ruso. Cualquier año da la venia en suajili.

Amante del buen rioja y de las burbujas espumosas del Moët-Chandon, este caballero, que sabe manejarse como nadie en situaciones delicadas, mantiene una cordial y cercana relación con el arzobispo de Sevilla y con la delegación de Fiestas Mayores, a pesar de que haya tenido que tragarse el sapo de la eliminación de sillas de la Carrera Oficial, la gallina de los huevos de oro de las cofradías. El sexto presidente seglar en la historia de la institución gregoriana tiene ahora por delante el reto de sacar adelante la reforma estatutaria del Consejo. Desde luego, no lo va a tener fácil.

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