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Un cortejo que muchos deben explorar

el 16 sep 2009 / 01:01 h.

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Dos jóvenes en plena ebullición de la adolescencia esperan apostados en una valla para ver la salida de la Vera-Cruz, una de las más señeras de la jornada de ayer. Han venido desde la calle Feria para ver la cofradía porque nunca la han visto y saben poco de ella. "Me han dicho que aquí sale una cosa que llaman Lignun Crucis y no sé lo que es". Por eso ha venido, reconoce uno de ellos, Carlos.

Él y su amigo Alejandro andan locos mirando a diestro y siniestro para ver qué descubrían en la procesión. También habían leído en internet que el crucificado de la Vera-Cruz es el más antiguo de la ciudad, y que la Virgen de las Tristezas no llevaba detrás ninguna banda de música, pero eso no les importaba lo más mínimo. "Lo bonito es ver las imágenes y la compostura de la cofradía. La música está bien pero no es lo más importante".

Poco a poco, el cortejo de la Vera-Cruz fue abandonando su pequeño templo para buscar la Carrera Oficial a través de Baños y la Gavidia. La primera falsa alarma sobre qué era el Lignun Crucis llegó cuando Carlos y Alejandro vieron la cruz de guía. Obviamente, no era lo que buscaban. La cofradía continuó saliendo, sin prisa pero sin pausa. Los dos jóvenes se quedaron asombrados con el crucificado y con cómo los priostes, con suma delicadeza, tuvieron que bajar la cruz para que pudiera salir del templo.

La austeridad de la cofradía se vio rota durante unos instantes por el elevado número de representaciones de la Vera-Cruz de la provincia sevillana. Un lujo para la vista la gran variedad de colores y túnicas. Hasta una verde terciopelo con bordados de oro. "Esa tiene que costar una pasta. Como le diga a mi madre que me compre una así, me mata", ironizó Alejandro.

Faltaba ya muy poco para que Alejandro y Carlos descubrieran la razón por la que llevaban a pies quietos cerca de una hora. Un nazareno salió del templo portando una pequeña cruz de plata en la que había una astilla de madera de la cruz de Jesucristo. Se quedaron con la boca abierta cuando un compañero de bulla les explicó lo que era. Vieron cómo un joven se acercó para besar la reliquia, acto que fue repetido por varias personas más en sólo unos segundos. Los dos, sin dudarlo, se acercaron también para mostrarle sus respetos. Estaban encantados porque la tarde les había salido perfecta. Habían descubierto qué era eso que llamaban Lignun Crucis y habían visto la Vera-Cruz por vez primera. El año que viene, dicen, repetirán seguro.

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