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Un emparedado de muralla árabe

Como el jamón en un sándwich. Así está la coracha de Santo Tomás, la extensión de muralla islámica con que los almohades fortificaron desde el Alcázar a la Torre del Oro. La rehabilitación de una casa en esta calle ha sacado a la luz su historia y, con ella, prácticamente los únicos merlones originales que se conservan.(Foto: Javier Cuesta).

el 15 sep 2009 / 02:58 h.

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Como el jamón en un sándwich. Así está la coracha de Santo Tomás, la extensión de muralla islámica con que los almohades fortificaron desde el Alcázar a la Torre del Oro. La rehabilitación de una casa en esta calle ha sacado a la luz su historia y, con ella, prácticamente los únicos merlones originales que se conservan.

Los merlones, para entendernos, son cada uno de los trozos de parapeto que hay entre cañonera y cañonera en una muralla; es decir, los remates de las mismas, que en esta Sevilla nuestra tan alegremente se han recreado con un remate puntiagudo cuando, según los expertos, en origen éstos serían más sencillos o toscos, porque lo que en el origen de este tipo de construcciones primaba no era lo monumental, sino lo defensivo.

La arqueología refrenda esto mismo en la calle Santo Tomás, a los pies del Real Alcázar y con la Giralda a un tiro de piedra. En entorno tan privilegiado, con el Archivo de Indias por vecino frontero, han aparecido seis merlones y parte de un séptimo procedentes de la antigua muralla árabe de Isbiliya. Lo de aparecer es un decir, porque en realidad han estado siempre ahí, sólo que emparedados en el muro medianero del caserío de toda esta calle.

Esto es así porque por la citada vía discurre la que se conoce como la coracha de Santo Tomás, el tramo de ampliación de cerca que construyeron los almohades -unos obsesos de la defensa de la ciudad habida cuenta del empuje de las fuerzas cristianas, que acabarían conquistándoles Sevilla en 1248- entre los siglos XII y XIII, y que conectaba el Alcázar con la Torre del Oro.

De esta coracha han quedado testimonios bien visibles, como la citada Torre del Oro, pero también la de la Plata o la menos divulgada Torre de Abdelaziz, embutida entre un banco y una agencia de viajes. Menos fortuna han corrido otras torres de la misma, que ni siquiera lucen porque han sido fagocitadas por el urbanismo que pone cota a la calle Santo Tomás y a su trasera. Y es aquí donde hemos de hablar de la casa del número 3, desde hace un tiempo en rehabilitación y donde ha aparecido no ya un trozo considerable de cerca, sino también de una torre, amén de los merlones antedichos.

Cimientos al desnudo. La casa en cuestión, de fines del siglo XIX, presenta cuatro plantas, de las que la baja es aún recordada porque albergó no hace mucho el Bar Las Meninas. En el semisótano se aprecia la contundencia de la cimentación de la coracha, que casi alcanza los cinco metros de profundidad.

Sobre ella, en la primera planta, los arqueólogos de la empresa Arq'uatro, dirigidos por Patricia Bachiller y con Juan José Cabrera de segundo, han sacado a la luz las huellas de la cerca almohade con sus merlones -de 90 centímetros de ancho por otros 90 de alto- y hasta con parte de una torre cuadrangular maciza con cámara en su parte más alta, la misma de la que sólo se aprecian unos metros porque el resto forma parte de la finca colindante, la Cilla del Cabildo, hoy extensión del Archivo de Indias.

Todos estos elementos (merlones, muralla y torre) componen el muro trasero de la edificación y, en algún punto, la muralla ha sido rebañada para construir varias hornacinas decorativas. En total, la coracha presenta unos 10,5 metros de altura y, como suele ser habitual en este tipo de construcciones, el lienzo como tal es de tapial, pero la torre está ejecutada con ladrillos más un considerable refuerzo de sillares de caliza en sus esquinas.

Valores del lugar. Los arqueólogos se hallan estos días dibujando cada tramo y procediendo a su limpieza manual. Una vez estudiados sus pormenores y aclarada la cronología -se sabe que es almohade, pero se habrá de concretar más-, elevarán el pertinente informe a la Delegación Provincial de Cultura para que su Comisión Provincial de Patrimonio Histórico determine qué hacer con los restos, si conservarlos tal cual convenientemente enlucidos y protegidos o si, una vez que se le ha extraído todo su jugo documental, se podría proceder a revestirlo con un revoco nuevo acorde con los tiempos que corren, conservándolo intacto pero por dentro, es decir, tal y como estaba hasta antes de la rehabilitación.

De lo que no hay duda es del valor de este trozo de cerca, pues aunque se sabe que sigue en toda la calle -y hay rastros evidentes en el contiguo edificio de la Cilla del Cabildo-, ha sido en esta obra en la que ha aflorado con toda su potencia. Y los arqueólogos así lo avalan, pues señalan que en toda la muralla que a Sevilla le queda en pie -la más larga y vistosa, la de la Macarena-, apenas sí queda un merlón original. "Todos han sido reconstruidos, y del que queda algo original es poquísimo", se dice. En Santo Tomás están intactos.

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