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Un espectáculo llamado 'Sandy'

Los habitantes de la Gran Manzana no desaprovechan la oportunidad de ver de cerca las secuelas del huracán a pesar del peligro.

el 29 oct 2012 / 22:48 h.

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El viento destrozó una grúa en pleno centro neurálgico de Manhattan.

En Estados Unidos todo es susceptible de ser convertido en espectáculo, empezando por los fenómenos naturales. Casi 24 horas antes de que Sandy alcanzara la costa Este del país, después de su devastador paso por el Caribe, el huracán ya ocupaba la primera plana de los periódicos, llenaba los informativos de radio y televisión y se imponía en los discursos de los dos candidatos en los próximos comicios presidenciales, Mitt Romney y Barack Obama. Desde la tarde del pasado domingo, los sacos de arena se amontonan a la puerta de los edificios de la zona baja de la ciudad de Nueva York, la más amenazada por eventuales crecidas; los sótanos son precintados, las bocas de metro valladas, los escaparates protegidos con cinta adhesiva, las líneas de autobuses canceladas, las taquillas de Broadway clausuradas. Y por todas partes suenan sirenas de la policía y los bomberos, o tal vez forman parte de la banda sonora habitual de esta ciudad, y solo en circunstancias de alarma les prestamos atención.

Por primera vez desde los atentados del 11-S, Wall Street anuncia que no abrirá sus puertas en el arranque de la semana. La cifra de vuelos cancelados crece por minutos, hasta superar los 7.000. Los niños tampoco irán al colegio, y los bancos, las lavanderías y tantos otros servicios echan el cierre hasta nuevo aviso. Una gruesa rata atraviesa a la carrera la acera de la Tercera Avenida, urgida por quien sabe que sexto sentido. En los edificios del bajo Manhattan y en Brooklyn, se recomienda a los vecinos que desalojen sus casas y busquen asilo en viviendas de amigos o en los múltiples refugios habilitados para la ocasión. Y, en medio del clima de desastre inminente, dos gremios hacen su agosto: los taxistas, que doblan turnos para cubrir la demanda de transporte, y los supermercados, que antes de la medianoche del domingo al lunes habían sido minuciosamente vaciados por su nerviosa clientela, de tal suerte que encontrar una botella de agua, una linterna o un rollo de papel higiénico se volvía una empresa mas complicada de lo habitual.

¿Significa esto que todo el mundo se encierra responsablemente en casa, a esperar que pase la tormenta? Nada de eso. El estadounidense medio tiene demasiado interiorizado el concepto enjoy o have fun como para desperdiciar una oportunidad como esta. En la zona alta del Oeste de Nueva York, a pesar de que el Hudson muestra un inquietante color blanco de aguas revueltas, y de que el parque Riverside Drive ha sido precintado, son numerosos los transeúntes que cruzan la línea amarilla para dar un paseo y sentir la experiencia del incipiente huracán. Dejarse empujar por la ventolera se convierte en una diversión barata y regocijante. También los hay que no perdonan ni una sola de sus sagradas rutinas, ya sea pasear al perro o hacer jogging, llueva o truene. En un momento, mientras que al otro lado del río Nueva Jersey desaparece detrás de un borrón brumoso, el viento sacude con fuerza un árbol robusto y troncha una de las ramas, que cae sobre la acera. Enseguida, un ciclista se baja de su sillín y se acerca a hacer una foto; una pareja también se detiene a observar el estrago en el tronco, y así cuatro, cinco, diez transeúntes, todos pertrechados con cámaras, como corresponde en la urbe mas fotografiada del mundo. No es solo una simple rama abatida: es el indicio de que la Naturaleza va a manifestarse con toda su violencia.

Las noticias informan de que una mujer ha resultado herida en Brooklyn, precisamente por el desprendimiento de una rama, y una grúa que estaba fijada a gran altura en la calle 57 de Manhattan ha sufrido daños graves y ha obligado a acordonar la zona. Varios miles de hogares se han quedado sin luz antes del anochecer. La memoria del Irene, que también paso por Nueva York, y sobre todo del monstruoso Katrina, que asoló Nueva Orleans, bastan para que la gente se tome muy en serio las instrucciones y siga los comunicados del alcalde -que ha hablado en torpe español de "tormenta del siglo"- al pie de la letra. Por otro lado, a nadie se le escapa que una situación de emergencia como esta es un test idóneo para certificar la capacidad de respuesta de los Estados Unidos ante la adversidad, una prueba de fuego para bomberos, policía y sanitarios que hay que aprovechar como sea. Y un momento supremo, también, para que los políticos demuestren nervios de acero y rapidez de reflejos.

Sin embargo, pasan las horas y crecen las dudas acerca de que se trate de un huracán verdaderamente apocalíptico. Aunque las autoridades insisten en su gravedad, nuevas informaciones barajan la posibilidad de que haya perdido fuerza antes de alcanzar la costa. En un vecindario del Upper West Side, la noticia se comenta con una mezcla de alivio y de decepción disimulada. Porque los estadounidenses, que han hecho de las catástrofes un genero cinematográfico, pueden permitirse algunos desperfectos e inundaciones, pero no que les estropeen el espectáculo.

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