Cultura

Un examen demasiado exigente

Juan José Amador, Guadiana y Enrique el Extremeño dejaron con ganas de más

el 03 oct 2014 / 22:27 h.

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Voces de bronce** Escenario: Espacio Santa Clara. Cante: Juan José Amador con Ramón Amador y Manuel Amador a la guitarra, y Antonio Moreno a la marimba. Cante: Enrique el Extremeño con el toque de Antonio Santiago Ñoño. Cante: Antonio Suárez Salazar Guadiana con el toque de Óscar Lagos. Entrada: Casi lleno. La idea de que los cantaores de atrás, esto es, los que suelen acompañar profesionalmente al baile, no están capacitados para cantar alante, es un viejo mito. Y como todos los mitos, tiene su parte de razón. Había ganas de ver qué porcentaje de ésta estaban dispuestos a concederle el pasado jueves tres nombres veteranos del cante de atrás como Juan José Amador, Guadiana y Enrique el Extremeño. Y, como temían los aficionados pesimistas, fue más del que todos hubiéramos querido. El cantaor Guadiana, en un momento de su actuación. / Foto: Antonio Acedo El cantaor Guadiana, en un momento de su actuación. / Foto: Antonio Acedo El mito del cantaor con dificultades para arrimarse al borde del escenario se asienta sobre todo en los vicios que se adquieren desde el fondo. Sobre todo, el de cuadricular rítmicamente los cantes, romper los tercios y condicionar en exceso el tempo de la guitarra, de tal suerte que todo suena tirando a frío, artificioso y sin pellizco. Sin embargo, cuando salió a escena Juan José Amador acompañado de su hijo Manuel y su tío Ramón a la bajañí, muchos sentimos que el problema era otro. Sí, Amador lleva demasiado tiempo cantando para el baile como para no cojear por ese costado, pero había algo más. Siendo un cantaor con mucha fuerza y metales muy hermosos en su garganta, lo vimos modular de un modo demasiado calculado, al filo de la impostura, abriendo primero por soleá y siguiendo con la taranta. Lo más interesante de la actuación fue la presentación «por primera vez en el flamenco», según anunció el cantaor, de una marimba. Hubo una parte del público que rechazó el invento antes de que sonara una nota, pero este espectador aplaude la innovación. Eso sí, tal vez iría mejor con un acompañamiento distinto a las dos guitarras con las que compartía escenario en esta ocasión, tal vez otros instrumentos (violín, vientos) menos hegemónicos. Pero no cabe duda de que ahí hay un campo donde investigar, explorar hasta dónde esos glissandos pueden conjurar el duende. En cuanto a Amador, la seguiriya evidenció que su problema no era de esquematismo, sino de emoción. La peor herencia del baile es ejecutar las letras como si todas fueran iguales. Decir, por ejemplo, «Quemarme la ropa/ que queréis de mí/ yo no le debo/ naíta le debo a la ley/ me deben a mí» como si estuviera uno comentándole al vecino que hoy hay nubes pero a la tarde hará sol. O uno se convierte en verdadero médium de aquellos que se rompieron cantando esas cosas, o mejor quedarse atrás. Guadiana, que salió a continuación a escena deseando «salud y libertad para todo el mundo», es un cantaor que al menos en la noche del jueves demostró una mayor capacidad de transmisión, pero adolece de otro tipo de problema. Su voz se vuelve excesivamente uniforme, y bastaron cuatro cantes para comprobarlo. Son casos que ponen de relieve lo difícil que es sostener un recital largo llenándolo de contenido y de matices sin que asome el bostezo, algo que hoy por hoy solo está al alcance de unos cuantos elegidos. Pero además lamento que este gitano de Badajoz escogiera un repertorio un tanto desangelado, empezando por la soleá, continuando por los tientos-tangos, lo mejor del repertorio, cantes de levante que confieso que ni percibí –el cansancio de la hora y de tantos días de Bienal también hace de las suyas– y acabando por bulerías. Por otro lado, la guitarra acompañante de Óscar Lagos, limpia, creativa y luminosa, parecía casar mal con el registro algo más oscuro y solemne por el que se movía Guadiana. Sea como fuere, hay que reconocer que el pacense es un cantaor gustoso, que sin duda en otros formatos daría mucho más de sí. Por último, Enrique el Extremeño llegó de otro espectáculo, el de los hermanos Campallo en el Lope de Vega, de manera que el calentamiento lo traía hecho, pero también se le notaba el cansancio.Incluyó fuera de programa una trilla inicial, muy vigorosa como corresponde al de Zafra, y siguió en el mismo nivel por soleá. malagueña y abandolaos. A veces actuar el último tiene la ventaja de pillar al público caliente y metido en faena, pero otras se llega a la fiesta en franca decadencia y ya no hay quien la levante, ni siquiera en el fin de ídem que reunió a los tres protagonistas por bulerías. En definitiva, el patio de Santa Clara ha acabado revelándose como un examen muy exigente para cantaores que no siempre tienen su oportunidad. Un espacio que puede consagrar a algunos, como ocurrió hace dos años con José Valencia, pero que también revela las limitaciones de todos, más allá del mito.

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