Un fontanero en paro que recogía cartones

Las víctimas de la intoxicación alimentaria eran una familia “humilde y normalizada”

La puerta donde residía la familia permanece precintada. La puerta donde residía la familia permanece precintada. Con la misma Opel Combo que ayer aparecía solitaria estacionada a la puerta del bloque de la calle Pesadora de Alcalá de Guadaíra, Enrique Caño salía cada mañana a buscarse la vida, después de llevar a sus dos hijas al instituto Leonor de Guzmán, rebuscando cartones, cajas de plástico y hasta ropa usada para complementar con algo de dinero los 420 euros que cobraba como ayuda por parado sin prestación. A sus 61 años, la crisis le había empujado a esta situación después de años de bonanza en los que se recorría Andalucía entera en su furgoneta instalando la fontanería de los gabinetes clínicos de Dental Company. “Muy trabajador, respetuoso, un máquina colocando tubos”, este antiguo caballero legionario era además “un hombre de buen corazón”. “Cuando cobraba, nos metía en el mejor restaurante y nos hartaba de gambas y de jamón”, refiere Samuel, uno de sus ayudantes, que ayer se acercaba a la furgoneta de su antiguo compañero como queriendo presentir su presencia. “Pobrecito”. Enrique vivía desde hace más de diez años casi de okupa en su propio piso junto a su mujer Conchi, de 50, y a las dos hijas de su actual matrimonio, Tamara y Vanessa, de 14 y 13 años respectivamente. El piso que habitaban, un bajo en un bloque de cuatro pisos, estaba embargado por una entidad bancaria al no poder hacer frente a las letras, aunque no había orden de desalojo de la familia. La madrugada del sábado, su vecino Isaías, escuchó sobre las cinco de la mañana cómo las niñas hablaban primero entre ellas y luego con los padres. Cuando ya por la mañana este vecino abrió la puerta de su casa para dirigirse al trabajo lo que se encontró en el rellano fue a una decena de policías nacionales entrando y saliendo del piso de Enrique con mascarillas. A esa hora, la mayor de las hijas, Tamara, ya había fallecido y a las puertas del bloque los sanitarios trataban de reanimar a la madre, “semiinconsciente en la camilla y con los brazos desplomados”. A pesar de la grave situación económica que atravesaban en sus casa, ni Enrique ni Conchi solían pedir alimentos a los vecinos del bloque. “Al revés, muchas veces cuando obtenía un palé completo de alimentos, como cajas de leches o zumos envasados a punto de caducar, solía repartirlos entre los vecinos. A nosotros, de hecho, nos dio dos cajas de zumos o preparados lácteos para los niños. Se lo agradecí, pero al cerrar la puerta, me deshice de ellos”, comentaba ayer apesadumbrado Isaías, el vecino que le hizo el reportaje gráfico de la comunión a las dos niñas y “con el que probablemente mantenía una mayor relación. Él era sevillista, yo también, y de vez en cuando hablábamos de los partidos que jugaba el Sevilla”. Era habitual ver a Enrique recorriendo tiendas y establecimientos comerciales con su furgoneta para mendigar algunos alimentos caducados o al borde de la fecha límite de su consumo. Sin embargo, “es falso que rebuscaran comida en los contenedores”, insiste su vecino. “Nos ha dado muchísima pena de ellos. Enrique se buscaba la vida con su furgoneta y con sus manos. Más que vivir, subsistían. En vez de robar, trataba de buscarse la vida honestamente. Le solía ver trayendo a casa cajas de verduras pasadas o picadas, como tomates y lechugas, y hace pocos días que le vi arrastrando dos grandes bolsas de ropa para venderlas. Me dijo, mira vecino ahí llevo esta ropa que se la ha quedado chica a mi mujer para venderla. Me la compran a 20 céntimos el kilo”. Las dos hijas del matrimonio asistían regularmente al instituto público y hacían una vida normal, aunque la adolescente fallecida “sufría una pequeña deficiencia psíquica que aprovechaban algunos compañeros para mofarse de ella”, relata Isaías. Según confirmó ayer a este periódico el sacerdote Antonio Guerra, responsable de Cáritas en Alcalá de Guadaíra, en los expedientes de esta institución figura que esta familia fue atendida en una ocasión “hace más de dos años”. Ayer, las banderas en Alcalá de Guadaíra ondeaban a media asta por el fallecimiento de tres de sus vecinos, mientras a las puertas del bloque de la calle Pesadora del barrio de Rabesa un grupo de vecinos aprovechaba la presencia de las cámaras para lamentar que “en este país la gente esté muriendo de hambre por la crisis”.

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