FICHA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Victorino Martín, muy bien presentados, en el tipo de su encaste. Magros y muy vareados de carnes en líneas generales. Tuvo posibilidades el primero y resultó algo soso el segundo. Tercero, sobre todo el cuarto y el quinto, dieron un juego bravo y espectacular y fueron ovacionados en el arrastre. Al quinto se le dio la vuelta al ruedo en medio de una fuerte división de opiniones.
Matadores: Pepín Liria, silencio y oreja con fuerte petición de la segunda y dos vueltas al ruedo.
Antonio Ferrera, silencio y vuelta tras aviso.
Manuel Jesús El Cid, ovación y silencio tras aviso.
Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde espléndida y algo calurosa. Pepín Liria actuaba por última vez en la Maestranza.
Un corridón de toros, tan bien presentado como seco de carnes, vareado, magro y con el aire intransferible de la sangre de Saltillo. Dos interesantes. Tres de revolución, uno para buscarle las cosquillas al más puesto.
El encierro de Victorino trazaba una frontera evidente entre el relleno inevitable e insufrible del primer tramo de la preferia y estos días grandes que reviste al coso del Baratillo de esas apreturas que ya no abandonará hasta que doble el último toro de Miura, algunas horas antes de que se extinga la luz del último farolillo. Con toros bravos en el ruedo, el espectáculo estaba asegurado.
Pepín Liria se despedía ayer de la plaza de la Maestranza y lo hizo fiel a su propia historia, a la guerra de trincheras con la que cimentó su pequeña leyenda y la honesta carrera a la que pondrá fin este temporada, encerrándose con seis toros en la plaza de Murcia donde le veneran como a un ídolo.
No se llegó a entender del todo Pepín con el primero de la tarde, un animal con el que se mostró dispuesto en el gesto y al que toreó con muchas discontinuidades, sin llegar a encontrar el acople. Gazapeó y probó algo el toro al principio de la faena, pero acabó rompiendo en el engaño del murciano, que sin ser capaz de confiarse nunca del todo, acertó a dejar algunos muletazos largos dentro de su inconfundible estilo de batalla.
Pero su despliegue más genuino, resumen de toda su trayectoria, llegó nada más salir el cuarto de la tarde, que perdió pie al salir por chiqueros encontrándose de bruces con el cuerpo genuflexo de Pepín Liria, que había cruzado el ruedo para recibirlo a portagayola.
El castañazo fue brutal y le destrozó la ropa pero Pepín Liria tiró de casta y le toreó con el capote como no ha toreado en toda su vida mientras la banda de Tejera saludaba el acontecimiento con un pasodoble. Bravo el toro en el caballo; enclasado en los capotes. Liria se va a los medios en la bisagra de la tarde y, en una preciosista casualidad, las campanas de la Giralda saludan con sus bronces la faena de su adiós a Sevilla. Una despedida que iba a volver a firmar a sangre y fuego.
Resultó excepcional el toro de Victorino, el mejor con diferencia de todos los festejos celebrados hasta ahora, permitiendo a Pepín Liria brillar en algunos muletazos de una faena movida, muy acompañada por el público, que acabó por entregarse por completo a la causa después de un nuevo y escalofriante zamarreón que el murciano sufrió cuando se descubrió por el pitón izquierdo.
La rápida intervención de las cuadrillas y el heroico comportamiento de Casanova, que se asió a los pitones, impidió la tragedia. Pero la faena ya se había transformado en epopeya y el propio Liria supo hacerse dueño de la escena al llevarse al toro a los medios -visiblemente quebrantado por el palizón- para recetarle un espadazo tendido que retrasó la muerte del morlaco mientras el público enardecía.
Después llegó la oreja, y el broncón a la presidenta. Liria había matado su último toro en la plaza de Sevilla y, como casi siempre, lo hacía tocando pelo. Lástima que el enfado con el palco tapara el arrastre del excepcional toro. Ése si que fue de vuelta al ruedo.
Pero el mejor toreo, la actuación más solida de la tarde había corrido a cargo de El Cid, que anda por el ruedo en torerazo, en enorme lidiador, soberbio con la capa y la muleta, en la gran figura que ya es. Lidió con capote de seda al tercero, llevándolo siempre cosido a la bamba, sacándolo con temple y autoridad de maestro a los medios.
Atendía a los toques el victorino, que confirmó su buen comportamiento en el quite por verónicas del diestro de Salteras que basó su excelente trasteo sobre la mano izquierda. Qué manera de cogerle el aire a los toros de Victorino: citando con el engaño muy abajo, tocando y tirando del palillo antes de la arrancada del toro.
Tres series de naturales constituyeron el cuerpo central de una faena en la que el toreo surgió limpio, deslizado, rabiosamente clásico. Se quedó algo más corto por el derecho el astado aunque El Cid salió airoso del trance con un monumental pase de pecho antes de un final de faena algo más desordenado, de que la espada le volviera a jugar una mala pasada. Con el sexto, que sólo se movió con la cara por las nubes por el pitón izquierdo, sólo pudo mostrar su autoridad de gran torero.
El quinto, otro de los tres grande toros de la tarde, correspondió a Antonio Ferrera, que se mostró capaz y poderoso con el capote y esperó a su enemigo hasta el escalofrío invadiendo su propio terreno para clavar los tres pares de banderillas más en corto de la historia del toreo. Pero el toro rompió de forma excepcional en la muleta y dejó un surco de arrastrar el morro por el suelo.
Ferrera se retorció como un Laoconte y sólo fue capaz de llevarlo en algunos muletazos sobre la mano izquierda en los que hubo sobreactuación y mucho retorcimiento, que no lograron estar a la altura de las excelencias del victorino. Con el segundo, que llegó con pocas fuerzas a la muleta, se templó con el capote, lo banderilleó con solvencia y lo mató de una estocada suficiente después de un trasteo más que digno.