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Toros

Un grandioso y brillante espectáculo

El Juli se reveló como consumado rejoneador en un entretenido festejo que abarrotó la plaza.

el 13 oct 2013 / 22:06 h.

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Plaza portatil de La Puebla del Río Toros: Se lidiaron cinco reses de Fermín Bohórquez para la lidia mixta, nobles pero apagadas al final en líneas generales. En la lidia a pie saltaron al ruedo un novillo de Hermanos Sampedro, muy a menos y un eral de La Campana que dio muy buen juego. La rejoneadora Lea Vicens, oreja. Morante de la Puebla, dos orejas. Julián López El Juli, dos orejas y rabo David Fandila El Fandi, dos orejas Alejandro Talavante, dos orejas Diego Ventura, que actuó a pie, dos orejas El novillero Pablo Sobrino, dos orejas y rabo. Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde espléndida y de excelente temperatura. toros-01Es difícil describir en una crónica al uso el retablo de sensaciones vividas ayer en el festejo solidario organizado por Morante y Ventura en la Puebla del Río. Antes de su comienzo, en el pueblo ya se vivía aire de fiesta grande, un ambientazo taurino que se echa en falta en tantos lugares. Los alrededores de la plaza portátil habían sido alfombrados con romero para dar la bienvenida al cortejo de jinetes que precedió al paseillo. Los hermanos Ángel y Rafael Peralta se sumaron a ese deslumbrante desfile en el que todos los actuantes salieron a caballo. La rejoneadora francesa Lea Vicens fue la encargada de prologar con garra y algunas dificultades -le tocó un toro descoordinado- el trepidante espectáculo que vino después. La clave era sustituir el habitual tercio de banderillas por el rejoneo, interpretado por los propios matadores, que recibieron a sus respectivos enemigos con el capote antes de tomar las banderillas a caballo con distinto acierto. Consumado ese original segundo tercio, de nuevo a pie, los toreros tomaron espada y muleta para dar muerte a sus toros. Si Morante había deleitado a sus paisanos con su capote de seda -belleza en las verónicas, las chicuelinas aladas y la media inimitable- también había mostrado una monta cadenciosa y templada en la brilló un enorme par a dos manos después de pasar algún apurillo. Pero la gran sorpresa de la tarde, con diferencia, la aportó El Juli. El madrileño firmó una apabullante actuación como rejoneador que podría haber puesto a cavilar a más de un profesional. Preciso, seguro, espectácular y dueño de todos los terrenos, El Juli hizo enloquecer al público cigarrero con su particular concepto de la lidia ecuestre, que interpretó con raza de gran figura. Los quiebros, las batidas al pitón contrario o el temple exquisito fueron el hilo conductor de una sensacional demostración que había abierto con su habitual brillantez capotera y cerró con una faena experimental, casi amorantada, en la que descubrió su alma de artista. Las dos orejas y rabo certificaron su felicidad. toros-02No tuvo tanta suerte El Fandi en su faceta rejoneadora. Sin lograr entenderse del todo con su primera montura, tuvo que cambiar de caballo para remontar el ritmo de una actuación que también brilló a pie, especialmente con el manejo del percal, uno de los fuertes indiscutibles del diestro granadino, que también paseo contento y feliz sus dos orejas. Pero como la tarde iba de sorpresas, Alejandro Talavante se presentó en la plaza ataviado de charro mexicano, tocado con un inmenso sombrero que ponía la nota exótica a la fiesta. El extremeño acudió a La Puebla estrenando apoderado -lo acompañaba Curro Vázquez- y también echó toda la carne en el asador para levantar al personal de sus asientos con su particular visión del arte del rejoneo. Como la mayor parte de las reses de Bohórquez, este toro llegó muy apagado al último tercio de una lidia mixta que exigió mucho a los astados de la vacada jerezana. Pero no se acabó ahí la fiesta. Ventura había prestado sus caballos a sus compañeros pero sólo montó en el paseíllo. Revelado como artista capotero, el jinete cigarrero terminó de lanzar aquello al invitar a Morante y El Juli a lancear por chicuelinas al alimón en una estampa de sabor añejo que levanto un clamor. Con las palmas echando humo y dispuesto a formar una tremolina sacó a todos los matadores a banderillear, ésta vez a pie. Los espadas colocaron los palos en una especie de carrusell que convirtió la plaza en un manicomio. Con la muleta en la mano, Ventura enseñó personalidad y registros de estilista. Aún quedaba el novillero Pablo Sobrino, que se entregó a tope y cortó un rabo. Y lo más importante, se consiguió cumplir con creces con el fin solidario.

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