Cultura

Un intenso duelo

El director Julio Fraga pone en escena a los personajes históricos de Suárez y Carrillo para narrar las contradicciones de la Transición

el 26 ene 2014 / 23:33 h.

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Partiendo de una idea original de Eduardo Velasco, la dramaturgia de esta obra gira en torno a un hecho histórico: la entrevista que mantuvieron, en febrero de 1977, el entonces presidente del gobierno, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, quien en aquella época lideraba el partido comunista en el exilio. Dicha entrevista tenía como objeto pactar la legalización de dicho partido, a cambio de que éste aceptara la fórmula de Monarquía Parlamentaria en detrimento de una nueva República. No obstante, aunque toda la historia de El encuentro gira en torno a esta complicada negociación, sus creadores ya nos advierten en el programa de mano que se trata de un hecho ficticio, hasta el punto de que ni siquiera intentan representar o caracterizar a los personajes reales. De esa manera, la obra se impone ya de entrada una doble dificultad. En primer lugar porque es difícil, para todos los que vivimos la transición, no identificar a los personajes de la obra con los que protagonizaron aquel hecho histórico. Pero sobre todo porque es todo un reto escenificar una entrevista donde la acción radica fundamentalmente en la palabra, en la confrontación dialéctica. Tal vez por eso el director artístico del montaje, Gonzalo Narbona, ha optado por recrear una escenografía funcional, casi minimalista, que además de situar la época nos sugiere un espacio de tensa contienda, como el de una partida de ajedrez o un ring de boxeo, un símbolo que se completa mediante el sonido de ese timbre que distingue un asalto de otro. Parece una lástima que la simbología de la ropa esparcida sobre el escenario que completa la escenografía no acabe de integrarse del todo en la historia que se pretende contar. Todo lo contrario que la iluminación, que se empeña, quizás demasiado, en revestir el espacio escénico de rojo como símbolo de toda la sangre que fue necesario olvidar para que nuestro país pudiera llegar a ser al fin democrático. Al menos ese es el argumento central del Presidente, a quien se resiste el líder comunista que, al final de la obra, se pregunta si hizo bien cediendo, ya que en nuestros días cada vez se afianza más la desigualdad social. La puesta en escena de Julio Fraga se dirime en función de la contienda dialéctica y para ello, más que en la palabra, se diría que se recrea en los silencios. Sobre todo en las la primeras escenas, cuando los protagonistas toman conciencia el uno del otro por sus gestos cargados de desplante y desconfianza. En ese sentido cabe destacar que, a pesar de que el tiempo de dichas escenas es excesivo teniendo en cuenta su contenido, tanto el actor José Manuel Seda como su compañero Eduardo Velasco las afrontan con un auténtico derroche de maestría y dominio. En todo caso, cuando su actuación alcanza las cotas más altas es al final, cuando uno y otro se ensalzan en un juego retórico preñado de ironía. Es entonces cuando, a pesar de que ellos no lo pretendan, no podemos evitar ver a Suárez y Carrillo reflejados.

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