Siempre con prudencia, pero es cierto que los españoles podemos felicitarnos por los datos del paro del mes de junio difundidos ayer por el Ministerio de Trabajo. El desempleo ha bajado por segundo mes consecutivo y ha permitido que 55.250 personas dejen las listas de los servicios públicos de empleo. La bajada da un respiro que se agradece después de meses tan terribles en los que la destrucción masiva de puestos de trabajo ha venido acompañada de previsiones aún más funestas para la población activa de este país. Además, el descenso permite comprobar la eficacia de los fondos de inversión local destinados a los ayuntamientos y que ocupan ya en la ejecución de pequeñas obras a casi 400.000 personas. Las acciones públicas de reactivación del empleo están funcionando y a ellas se agregan la revitalización de las ventas de automóvil y el arranque de la temporada turística de verano, que acarrea una sustanciosa contratación en el sector de la hostelería. No hay razones para un optimismo recalcitrante, pero sí para que los ciudadanos puedan pensar que se puede afrontar la crisis con determinación, sin que se generalice la creencia de que nos ha caído un castigo bíblico contra el que no hay ni remedio ni alivio. Ahora bien, en Andalucía este análisis tiene sus matices. En la comunidad sólo se ha conseguido un descenso del paro de 1.009 personas. No se ha destruido empleo, pero tampoco se genera en cantidad suficiente para amortizar los puestos que se pierden. Detrás de este dato se esconde el cierre de las grandes campañas agrícolas de Sevilla, Huelva y Almería y un bajón en el consumo que ha afectado gravemente al sector servicios. Duele más la cifra porque se produce justo en el mejor mes de junio de los últimos siete años, pero tampoco debe conducir al desánimo. Algunos analistas, como los de Unicaja, auguran 1,2 millones de parados para diciembre, pero de nada valen los lamentos. Lo que hay que hacer es aplicarse en revertir la situación. En eso deben estar los andaluces.
